Alfonso Ussía

La jota de los fascistas

La Razón
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En un coche prestado por Roures con las lunas tintadas se desplazó el gran macho al aeropuerto de Barajas. Llegaban de Nueva Zelanda, como todos los españoles que se casan, los señores de Garzón. El superdotado, el Lukaku blanco, aguardó en el aparcamiento. El chófer aguardó en el vestíbulo la aparición de los señores de Garzón, que como todos los españoles, volvían de Nueva Zelanda después de tres semanas de interesante y analítico viaje de novios. Ella tomó un taxi y él, con gesto de cansancio en su rostro neozelandado, fue llevado hasta el aparcamiento. Ante todo la obligación, y el deber no era otro que acompañar a su líder a Zaragoza, donde Podemos había convocado un multitudinario Congreso. Abrazo largo y apretado. –¿Qué tal en Nueva Zelanda, Alberto?–; –Muy bien Pablo, lo hemos pasado de cine mudo, como todos los españoles–. Y de Barajas a Zaragoza.

En el pabellón alquilado, quince mil asientos vacíos y trescientos ocupados. Previamente, los muchachos encargados de la organización, habían arriado la Bandera de España y la Señera de Aragón para no dañar la sensibilidad de los congresistas catalanes, todos ellos partidarios de la independencia. El Ayuntamiento de Zaragoza, gobernado por el Gominas de Podemos, ordenó que la Bandera de España y la Señera fueran izadas de nuevo hasta lo más alto de los mástiles. Comenzaban a llegar grupos de fascistas peligrosos con banderas de España y señeras limpias, sin estrellitas cubanas. Es decir, las señeras históricas y oficiales del Reino de Aragón y el Principado de Cataluña. Un centenar de exaltados fascistas saludaron con abucheos a los dirigentes podemitas. Una hora más tarde eran quinientos los fascistas, todos portadores de banderas de España y señeras aragonesas. Un susto tremendo.

Como habían acudido muy pocos congresistas, el acto duró menos que una coyunda de cacatúas, muy abundantes en el sur de Nueva Zelanda, como saben todos los españoles. Y a las dos de la tarde se disponían a abandonar el local, cuando advirtieron que quinientos peligrosos fascistas les aguardaban para soltarles cuatro frescas. Ellos, que han acosado tanto, se sintieron agobiados por el acoso y solicitaron la presencia policial para alcanzar el refugio de los coches. Entre los peligrosos fascistas, un grupo de mujeres se entretuvo bailando una jota aragonesa, lo que demuestra hasta qué punto de agresividad podían llegar sus ánimos. Monedero, en el interior, con la lengua algo estropajosa, denunció la insoportable falta de autoridad de la Policía que no había disuelto la provocadora manifestación de la ultraderecha. Hablaba como si hubiera permanecido durante las intervenciones de sus compañeros en la cafetería, pero renunciando a los cafés. Los grandes dirigentes abandonaron el pabellón desnutrido de congresistas, y el grupo de mujeres bailó otra jota, más vibrante y sentida, y por ende, más fascista aún.

Para los de Podemos, el hecho de llevar banderas de España y señeras aragonesas es una prueba irrefutable de fascismo. Ellos son así y no hay manera de arreglar sus odios. Lo malo es que también lo estima de igual modo un amplio sector del periodismo y los medios de comunicación audiovisuales. Mientras informaba de la presencia del peligroso grupo de portadores de banderas de España y señeras de Aragón reunido a las puertas del pabellón de marras, el periodista José Enrique Monrosi, de la Sexta, se leía el siguiente titular en la pantalla: «Un centenar de fascistas ha intentado boicotear la Asamblea de Unidos Podemos». ¿Preguntó el señor Monrosi a los allí reunidos si eran fascistas o no? ¿Llevar una Bandera de España es de fascistas? ¿No se puede abuchear a la gente de Podemos sin recibir un insulto gratuíto e injusto?

Se fueron los de Podemos y las mujeres bailaron la tercera jota. Fascistas, ultraderechistas, cavernícolas y provocadoras. No hay derecho.