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La Razón
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Comprometido y sin brillo; así es el fútbol del Madrid, con tres, cuatro u once titulares. Aceleró prematuramente en la Supercopa de España y, sin pausa, entró en el laboratorio de Zidane. Tubos de ensayo, matraces, pipetas, probetas, buretas, balones de destilación y los experimentos, al menos contra Levante, Valencia y Betis, fallidos. Distorsionados como la imagen del equipo cuando empata, pierde o gana sólo con destellos y sin un patrón convicente. El compromiso de los jugadores es palpable; la consecuencia de tanta rotación, al menos dudosa. Venció al Alavés por dos latigazos de Ceballos y porque en dos ocasiones Pedraza topó con la madera (1-2). Cuando no es Ceballos es Asensio, o si no, Mayoral, siempre hay un joven preparado para cubrir las «ausencias» de Cristiano «Desesperado», o desesperante, Bale o Benzema, y siempre, siempre, el magisterio de Isco. Placer de futbolista. Delicatessen que disfrutan el Madrid y la Selección.

Que Zidane rote, que dé minutos a todos los jugadores de la plantilla, incluido Marcos Llorente, seguro que obedece a un plan. Que mantenga en el banquillo a Modric y a Bale, porque no gana para sustos con las lesiones –Marcelo,Theo, Kroos, Benzema, Vallejo y Kovacic–, o porque el martes juega en Dortmund contra el Borussia, que no es el Apoel, o, simplemente, porque él, al contrario que quienes le exigen que lo gane todo con el «once» de memoria, como le sucederá a Valverde en Barcelona, maneja argumentos que le permiten ver la temporada con una perspectiva vedada al resto del mundo.

Pero como el fútbol no tiene memoria –estadísticas, un montón, cierto– cada traspié pasa factura moral. No hay entrenador que se libre del juicio en la plaza pública, por muchos títulos que haya ganado en tiempo récord o, como en el caso de Simeone, por rescatar al Atlético de la mediocridad (2-0 al Sevilla).