Ángela Vallvey

Las bosnias

Se llaman Zahida, Valeria, Maya, Rafia y Hansia, por si mañana se tropieza usted con ellas y quiere ofrecerles una beca. Forman el llamado «clan de las bosnias». Llevan más de una década robando en el Metro madrileño, con tanto éxito que los medios las han nombrado «la organización criminal más eficiente de Madrid». Llegaron del Este, de uno de esos semi-estados imposibles que «tutela» la Unión Europea con la esperanza de que, dentro de un par de siglos, puedan convertirse en unos grandes consumidores de lavadoras alemanas y paté francés. Uno de esos países que, de momento, sólo exportan ladrones a tutiplén. Malhechores, atracadores, randas, rateros, cortabolsas y manilargos en general, que prefieren los climas cálidos como el de España antes que congelarse las gónadas afanando las carteras de los europeos ricos de verdad, que viven bajo cero. Desde que la Unión Europea decidió, sin preguntar a sus ciudadanos, que había que «asimilar» al Este de Europa tras la caída del muro de Berlín, y transformar los despojos del estalinismo en un paraíso consumista donde poder vender la pacotilla de los frigoríficos y el vino barato, los ladrones invadieron los países PIGS. Entre ellos, «el clan de las bosnias». Pilladas con las manos en asa de bolso ajeno cientos de veces, la Sección Cuarta de la Audiencia Provincial ha anulado una medida cautelar que impedía a estas prometedoras rateras acercarse a menos de 400 metros del suburbano. Dice el alma voluntariosa que suscribe el dictamen que la prohibición de acceder al metro era «desproporcionada, tanto por extenderse inmotivadamente a toda la red de Metro de la Comunidad de Madrid como por no establecer un periodo de vigencia razonablemente previsible». Diga usted que sí, magistrado: era una injusticia prohibirles a estas pobrecitas que accediesen al Metro, ¡a sus puestos de trabajo!