María José Navarro
Lenguas
El Instituto de Servicio Exterior de Estados Unidos ha creado un ranking con los idiomas que más cuesta aprender como segunda lengua, estimando el número de horas de aprendizaje que implicaría para un angloparlante. Por lo visto, dos mil doscientas horas son una barbaridad. Bueno, pues eso es lo que cuesta aprender árabe, chino cantonés, chino mandarín, japonés y coreano a un ser humano que usa el inglés como primer idioma. La mitad de tiempo le llevaría dominar el finlandés, el croata, el húngaro, el checo, el turco y el vietnamita. Los más fáciles (nada más que seiscientas horas hay que echarle, oigan) son el danés, el holandés, el francés, el italiano, el noruego, el portugués, el rumano, el castellano (ojo) y el sueco. Este último, por lo tanto, debe ser facilísimo; lástima no tener seiscientas horas sueltas y dedicarlas a lo que sea que les salga por la boca a los suecos. Pero puestos a perder el tiempo en tontunas (que cuestan poco y son muy entretenidas), he sabido que los idiomas joisianos, africanos ellos, son los más complicados del mundo porque usan los chasquidos de la lengua como fonemas y que el más fácil es el piranha, que se habla en el Amazonas y que sólo tiene diez fonemas. Y aquí es donde quería llegar servidora. No digo yo fonemas, pero con diez palabras se puede formar un idioma en condiciones. El castellano, mismamente. Con diez palabras bien escogidas, diez términos certeros, directos, claros, significativos, serían suficientes para que dos españoles se entendieran. Verbigracia: «Sí», «No», «Ni hablar», «Jamón», «Pis», «Sueño», «Vinazo», «Dinerito», «¿Quieres tema?», y «No, que me duele la cabeza» y teníamos una lengua que iba a ser la envidia del planeta.
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