Toros

Alfonso Ussía

Lo mató el público...

La Razón
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No había nacido cuando «Islero» acabó con la vida de «Manolete» en Linares. Me interesó siempre su figura, su sequedad y su tragedia. Presenté en el Hotel Palace en 1995 una buena biografía que Carlos Abella escribió de Luis Miguel Dominguín, compañero de cartel de «Manolete» en Linares y testigo directo de su herida y su muerte. Luis Miguel era un tipo formidable, con una inteligencia excepcional, altanero, simpático y generoso. Podía ser lo contrario si se esquinaba. Nos citamos con una hora de margen antes de la presentación, que compartí con Jorge Semprún. Y en esa hora, como lo refleja el libro, hablamos de la muerte de «Manolete». Y un poco de Antonio Ordóñez. Luis Miguel sabía que yo era ordoñista, y en un momento me reconoció que nadie había toreado mejor que su cuñado. Con una advertencia: «Si sueltas en público lo que te acabo de decir, te corto las dos orejas».

«Manolete» estaba harto. De los toros y sobre todo, del público. Todavía en bata, en la habitación de Luis Miguel en el Hotel Cervantes de Linares, horas antes de la corrida, «Manolete» le confesó a su compañero que se retiraba. Que el público no le pasaba ni una, que estaba cansado, sin ilusiones y que sólo quería casarse y vivir con Lupe. «He ganado más que mi familia en cinco generaciones, pero no he podido disfrutar del dinero». Decía Luis Miguel que «Manolete» era tan elegante, que hasta en bata imponía. Miguel se vistió de verde y oro, y «Manolete» de rosa pálido y oro. Abría el cartel el gran Gitanillo de Triana.

«¿Qué hago aquí, a finales de agosto, toreando en Linares una corrida de Miura?», se preguntaba constantemente. Acosado por un público intransigente, «Manolete» superaba su desesperanza y daba todo lo que tenía dentro, que era mucho. Luis Miguel, no obstante, le ponía un pero. «Siendo quien era, no le interesó nunca conocer al toro. La cornada vino por un fallo técnico. Pero a “Manolete” lo mató el público, no “Islero”».

Cubos de sangre en la enfermería. De sangre de «Manolete». En el «Buick» azul del torero cordobés, Gitanillo de Triana voló hasta Madrid para recoger al doctor Tamames. Pero la suerte estaba echada. «Cuando lo auxiliamos después de la cornada y se lo llevaron a la enfermería, crucé mi última mirada con Manuel, y ya llevaba la muerte en los ojos». Y repetía: «A Manuel lo mató el público. A partir de aquella tarde, sentí rabia y odio, y mi actitud ante la gente cambió. Comencé a despreciarla, a maltratarla, a provocarla.La masa es cobarde».

Lupe, su amor, no pudo despedirse de Manuel. Le permitieron entrar cuando El Pipo ya había cerrado los ojos del torero. Temieron que el agonizante se casara «in artículo mortis» con el amor de su vida. Del aplauso al insulto y del insulto al aplauso. Su entierro en Córdoba fue multitudinario y llorado. Luis Miguel puso su hombro izquierdo para llevar el féretro. «No quise ver el tapado de la caja. Sólo recuerdo sus manos, atenazando a un crucifijo».

«La gente, por su aspecto, lo comparaba con Don Quijote. La gente es idiota. Don Quijote era ridículo. Manuel fue un príncipe con la estética de los místicos, un hombre cuya tristeza le acompañó siempre porque desde muy joven se figuró su final».

Se me ha olvidado escribir que Luis Miguel González Lucas, Luis Miguel Dominguín, fue siempre un valiente. El público es el que da y quita en el mundo de los toros. Y Luis Miguel, a raíz de la muerte de «Manolete» acusó al público por su severidad y le hizo responsable del final del gran torero cordobés. «Desengáñate, Islero le pegó la cornada, pero el que mató a Manolete fue el público».