Alfonso Ussía

Lobos

La Razón
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En las sierras de Madrid se han producido más de doscientos cincuenta ataques de lobos a las ganaderías. Siempre la misma discusión. Los defensores a ultranza del formidable canino, y los detractores que padecen las consecuencias de su instinto depredador. El lobo mata para alimentarse, pero también lo hace para cumplir con sus leyes. El lobo es un animal salvaje maravilloso, pero también un riesgo. En el entendimiento está el equilibrio. En la comprensión y en la tesorería. Los ganaderos afectados por los ataques de las manadas de lobos que ya se han adueñado de las sierras madrileñas y los páramos castellanos que no alcanzan el Duero, tienen que ser indemnizados de inmediato. Se calculan más de trescientas manadas distribuidas por España. Duero arriba, se pueden cazar con un permiso especial. Duero abajo, el lobo es intocable. Así lo ha establecido Europa.

Los ecologistas están en contra de cualquier medida que pueda poner en riesgo la vida de un lobo. De un lobo, de un buitre negro o de un mochuelo moteado. En el fondo, lo que pretenden es incordiar desde un sectarismo político disfrazado de defensa de la naturaleza. En España, paraíso mundial de la caza, que es deporte, tradición e industria, la abundancia de especies cazaderas se debe a los propietarios de los cotos y las guarderías públicas y privadas. El mantenimiento de un número equilibrado de ejemplares que mantenga la pujanza de una especie no puede estar sometido al capricho del curso de un río. En Lerma, el lobo puede cazarse; en Honrubia de la Cuesta, a diez kilómetros del Duero, el lobo es intocable. Amar la naturaleza y proteger a sus criaturas no obliga a disfrutar con «Bambi», «El Rey León» o llorar el extravío de Nemo. El lobo es un prodigioso animal que merece expandirse por toda España siempre que los daños que origina sean reparados por las diferentes administraciones públicas sin dilación.

Por instalar una puerta mecánica en la entrada de una finca mejorada hasta extremos inauditos por el naviero Alejandro Aznar, los ecologistas han creado un expediente judicial de más de quinientas páginas. Se trata de una puerta, y ése es el error. La puerta está en perfecta armonía con su entorno. No les molesta la puerta. Les molesta el propietario de la puerta, al que hay que fastidiar en nombre de la envidia por haber creado miles de puestos en trabajo en España y mantener en producción plena a los dos astilleros más importantes de nuestro país. El lobo, el oso, el gamo, la perdiz y el jabalí son, para ellos, más excusa política que animales a defender. Se han multiplicado porque los han defendido los propietarios de los cotos y los responsables de los parques nacionales, naturales y reservas públicas.

Si el lobo daña, el daño hay que repararlo. Los problemas que causa el oso en Asturias, Cantabria, León y Palencia, son inmediatamente subsanados por las administraciones competentes. El oso también está en expansión gracias al esfuerzo de la Fundación Oso, el dinero de Europa y la armonía entre las comunidades que tienen la fortuna de tenerlo en sus bosques, brañas y alcores. En Piedrasluengas, el impresionante puerto montañés que vigilan los interminables hayedos, allá en su cumbre, los hermanos propietarios de una venta, valoran más la visión de un venado que la de un oso, que ha pasado de ser una ilusión a una costumbre habitual.

El ecologismo científico es fundamental. El político, el «Sandía» –verde por fuera, rojo por dentro–, no consigue otra cosa que entorpecer la naturalidad de la naturaleza, y perdón por el juego de palabras. El lobo está en Madrid, y en Ávila, y en Segovia. Está en la alta Castilla que no alcanza al Duero. Y si queremos que los ganaderos no se levanten contra su presencia, las medidas a adoptar hay que urgirlas de inmediato.

Porque además, existen otros peligros. Los senderistas, los niños, y los buscadores de setas, entre otros. Bienvenido el lobo. Pero también la agilidad administrativa.