Blanqueo de capitales

Magisterio de costumbres

La Razón
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La mitad de la inteligencia reside en apreciar la de los demás y el ego de Mario Conde convierte en cojo su cociente intelectual. Ventura Pérez Mariño, juez, socialista sin carnet y en su día magistrado de la Audiencia Nacional, fue el ponente que redactó y leyó la primera sentencia de nuestro hombre, posteriormente doblada por el Supremo. Le reproché su tronante tono admonitorio. «Estaba enojado por su prepotencia, su chulería, su descaro, su desprecio por la inteligencia de los demás. Si hubiera sabido contabilidad, le habríamos tenido que absolver porque habría ‘‘fabricado’’ algún asiento contable, pero tomó dinero ajeno sin un papel de por medio». Antes de ser penado y «por ser vos quien sois» se le ofreció no ser juzgado si devolvía lo detraído, pero prefirió la cárcel, desconociendo que la Guardia Civil, a más de benemérita, es memoriosa y no cierra un caso ni por prescripción. Hoy nos hacemos lenguas de la trama que ha podido urdir para canalizar fondos suizos, pero es tan de juguetería que parece corresponder a la imaginación de un alcalde pedáneo. La red es tan grosera que no la hubiera tupido ni Julián Muñoz, el camarero, dignísima profesión pero poco apta para truculencias financieras. Conde será pintón, desenvuelto, audaz, pero su nota más alta en la Abogacía del Estado no compensa su falta de talento práctico y su desconexión con la realidad. Lo más dañino del perillán no es su presunta reincidencia en tan malas artes, sino su condición (aún) de icono social. Fue brillante producto de las generaciones «yuppies» de los 80-90 que aspiraban a triunfar a los 30 y hacerse obscenamente ricos a los 40. En su apogeo los jóvenes españoles llegaron a usar gomina porque su objetivo en la vida era ser Mario Conde. El necio igualitarismo ha enterrado a las élites y cualquier chalán indica el camino. Como en el anillo de Moebius es famoso el que frecuenta la televisión y en ella aparece por ser famoso. Nuestro auténtico cambio será el despertar de los intelectuales y el ejercicio moral del perdido magisterio de usos y costumbres. Conde ni siquiera llega a Bernard Madoff y es sólo un asterisco en la deplorable picaresca nacional de patio de Monipodio, corte de los milagros, y Rinconete y Cortadillo. El nivel de la nata flotante ciudadana es patético, desde la política al sensacionalismo en boga. El lema del Estado Mayor alemán fue: «Ser, antes que parecer». Y fueron temibles.