José Antonio Álvarez Gundín

Maneras de ganar

Pues sí, lo confieso: he estado al borde de la apostasía. A veces, las dudas, las flaquezas y las desilusiones soplan como un vendaval sobre la fe desguarnecida. Fe de años forjada en la fragua de la certeza, pero ahora puesta a prueba de forma gratuita y reiterada por quienes están obligados a pastorearla con sólidos argumentos. Una fe sin títulos es una fe muerta, dejó escrito el escolástico. Pues eso, lo admito: he estado a punto de pasarme al Atlético de Madrid, de capitular junto al río y de entregar este corazón tan blanco a los dioses tutelares de su tribu. No hubiera sido una traición indigna, aunque sí una rendición amarga, y si el hechizo se conjuró a tiempo, tal vez se deba al espíritu de la Cibeles que nos conduce briosa en su carro hacia la Décima.

Reivindico, sin embargo, el elogio al adversario y la admiración a su ética de guerreros con causa. No me cautiva el número de sus victorias, sino la manera de vencer y sus ganas de ganar. Sin aspavientos, pero sin tregua. Antes que los resultados, seducen la fe y el alma espartana con que plantan cara al destino, siempre esquivo a sus colores, y le doblan el pulso. Este Atlético tiene hechuras para transcender el esplendor en la hierba porque encarna la alegoría de cómo enfrentar los tiempos de reciedumbre y de asperezas. Esto es, un modelo moral contra la resignación y el gimoteo ante la adversidad. Siempre se le supuso una infinita capacidad de sufrimiento; a partir de ahora, además, habrá que reconocerle el derecho a componer una canción de gesta capaz de cruzar a la otra orilla del río. No siendo el más rico ni el más poderoso ni el más linajudo, ha resultado ser el más deslumbrante a fuerza de trabajar a destajo. No tiene estrellas ni mesías, pero tiene legionarios que en orden de combate son capaces de arrasar la galaxia en 90 minutos. Aunque ha sufrido derrotas hirientes, no se ha rendido ni siquiera a la evidencia. Seguramente el secreto de todo ello es que el Atlético ha recobrado la fidelidad a sí mismo incluso en la victoria, en vez de refugiarse en el lamento como una corte de plañideras o de inventar conspiraciones para justificar las derrotas. Si habrá sido fiel a su mejor tradición que este año ha decidido jugarlo todo a una carta y apurar el suspense hasta el último segundo. ¿Para qué ganar la Liga en el Calderón, como lo tuvo en suerte el pasado domingo, pudiendo echarla a los dados en el último partido, frente al Barça y en el Camp Nou? Lo justo es que hoy venza y que culmine un año de prodigios alzando la copa de la Liga. Hoy es el día de Neptuno; el próximo sábado será el de Cibeles. Cuestión de fe.