Cristina López Schlichting

Manuel y Alberto

Manuel García Viejo pudo haber regresado en verano, cuando las Fuerzas Armadas repatriaron al misionero que luego falleció en Madrid. Se lo ofrecieron, pero decidió quedarse. Como médico y cirujano, como religioso católico, era la esperanza para el pueblo que amaba, y decidió apostar. No sé si somos conscientes de la grandeza de estos hombres y mujeres que damos por supuestos. Los dos primeros europeos que han muerto por el ébola son españoles. No es casualidad, es que hay 15.000 misioneros de nuestro país por el mundo. La mayor cifra de una sola nación. Es lo mejor del corazón generoso de España. Son personas que valen por cien, porque sostienen en estos momentos la fragilísima y muy valiosa estructura sanitaria del Africa más pobre. Se han ido los colaboradores internaciones, las ONG... sólo quedan los misioneros. Cabría la tentación de pensar que Manuel apostó... y perdió. Todo lo contrario. La muerte de Manuel ha probado a los africanos que su amor era verdadero, real hasta dar la vida. Se han quedado sin cirujano, pero ahora tienen certeza de algo que a lo mejor usted y yo, querido lector, no sabemos: que te pueden amar hasta morir por ti. Que te pueden querer hasta la muerte. Manuel ha rescatado la fe en la vida de mucha gente y lo que nos plantea es escalofriante. Que, a lo mejor, el amor a la existencia de los otros es más importante que el sufrimiento propio o incluso la muerte. Este funeral de ayer me ha hecho mirar la discusión de estos días sobre el valor de la vida de otra manera. El aborto es una solución dolorosa, pero práctica, para evitarnos sufrimientos. ¿No nos estaremos equivocando? ¿No será la solución arrostrar el dolor para ayudar al otro, al no nacido? Creo que Alberto Ruiz-Gallardón ha intuido esta profundidad del asunto. De otro modo no se entiende que un hombre tan ambicioso, agresivo, amante del poder, haya perdido la carrera política. Gallardón apostó...y aparentemente ha perdido. Pero sólo en apariencia. Muchos hemos aprendido que hay hombres para los que el poder no lo es todo. Y eso nos hace recuperar la fe en las personas. Si hay misioneros que mueren por otros y políticos capaces de perder el poder por defender a otros (a los que Arcadi Espada acaba de llamar con desprecio «fetos subnormales», que no sé por qué no actúa la Fiscalía de oficio, por discriminación contra los discapacitados), entonces, tal vez, la existencia no sea tan mala. Tal vez haya una esperanza. Un designio positivo.