Francisco Nieva

Más sobre Antonio López

En franca contradicción con algunos de los que se han pronunciado al respecto, a mí me gusta el retrato de los Reyes por Antonio López, y quisiera aclararme por qué me conmueve, me desazona, me inquieta... Es por anticonvencional, pero carente de todo énfasis pictórico, opuesto a todo lo anterior en materia de pinturas áulicas. Y esta es la imagen de su crisis, de su ruptura fatal. Ha pintado el vulgar incógnito de una Familia Real. Y yo los veo como haciendo cola para entrar en la posteridad. Porque Antonio es un maestro que se ha dicho, como Sócrates: «Sólo sé que no sé nada, y voy a demostrar lo que no sé». Y, en efecto, ha hecho lo que no ha sabido hacer nunca el maestro: un cuadro voluntariamente naif. Los ilustres personajes parecen estar en el limbo. Es un cuadro agresivo y radical, antisistema, que ha trasladado al lienzo la crisis de tantos valores del universo cultural. La maestría de Antonio López es inefable, no se la puede precisar, aunque es famosa en el mundo entero y reconocida por todos los especialistas en estética.

Cuando la reacción crítica del público es tan insultante, nadie sabe el mal que produce en el creador, un trauma depresivo casi mortal. Yo también he sufrido críticas feroces que me han tratado de idiota y de cretino, y que me han dejado señal, marcado de por vida. Son los gajes del oficio artístico y los tenemos que superar.

Antonio ha sido siempre un vanguardista, cuando el hiperrealismo era una sorpresa magistral. Pero Antonio ha pintado lo imposible, lo que nadie hubiera querido pintar; la noche cerrada tras la ventana de su estudio, por ejemplo. Ese cuadro es un borrón lleno de intensidad, que atrae como la realidad misma. Lo mismo que cuando ha pintado el mar.

Este concepto del retrato de los Reyes está animado por un latido muy diferente al de los grandes pintores del pasado. Esa diferencia parece insultante a una mayoría de gente movida sentimentalmente por lo convencional.

Pues a lo convencional, con lo convencional, negativo y opuesto. Este cuadro es como un refrán: «No somos nadie». Y los reyes también. Antonio va más lejos que Valdés Leal y sus «Vanitas». Esa es la fatal sentencia que nos propone esta pintura, lo que nos desazona e inquieta como el deshielo de los Polos, su interno sabor apocalíptico.

Llegados a este punto, no sabría cómo seguir, sin insistir sobre ese impacto que, para mí, supone esta pintura tan anticonvencional e inquietante, de todo punto magistral. Valga, pues, esta tanda de subjetivas lucubraciones mías.