Mas y la nada

Es preciso el socorro de la psicología (o la psiquiatría) para entender el proyecto vital de Artur Mas, producto de automarketing sin sustancia intelectual. El derecho a decidir probablemente proviene de los anales de Atapuerca, pero ha sido perfeccionado por la civilización como el cuchillo de pedernal. Mas no es Carrasco i Formiguera o Cambó, y busca un martirio imposible acorde con la tradición victimista del catalismo radical. Lluís Companys se rebeló contra la legalidad republicana y Mas ya lo está haciendo contra la constitucionalidad monárquica para que todos los frentes del secesionismo queden cubiertos. Porcioles, un catalanista franquista, recuperó para Barcelona el sitio militar de Montjuic, en cuyos fosos fue fusilado Companys tras ser secuestrado por la Gestapo, convirtiéndolo de castillo amenazante en parque de atracciones. Eso es ahora el independentismo a ultranza catalán: un parque temático en el que si Mas y sus compañeros mártires quieren sangre tendrán que darse un tiro en el pie. Mas nada representa sin la aparatosidad y el delirio creativo de los subvencionados medios de comunicación que no parecen catalanes, ni catalanistas, ni españoles, ni europeos, sino estratosféricos. Dicen los asturianos que ellos son España y lo demás tierra conquistada y no les falta razón, pero entienden que la soberanía nacional reside en todo el pueblo. Tuvimos que esperar hasta 1812 para que así se nos reconociera y ahora unos aparceros del sentimentalismo romántico quieren retrotraernos a una España como finca parcelable a tenor del inquilinato. Mas, epígono de la nada, no tiene otro recorrido que la insumisión y cruzar el Ebro para matar a sus hermanos connacionales de la otra orilla. De no ser porque Franco no escribió ciencia política podría pensarse que Mas se recuesta en el voluntarismo cuartelero franquista. Mas no tiene biblioteca en la que reflexionar. Solo un cuarto de banderas en el que eyecta, jaque, su mentón de condottieri de guardarropía.