Ángela Vallvey

Memorias

En los últimos tiempos nos está cayendo encima una carretada de memorias políticas. Abundan los políticos que publican memorias, que lucen memoria. Algunos de estos políticos son los mismos que, cuando estaban en el poder y les preguntaban por algo ocurrido el día anterior, no se acordaban de nada. Sin embargo, ahora hacen memoria y les da para rellenar centenas de páginas. La memoria escrita constituye en el mundo del libro un subgénero didáctico, de la especie burocrática, que por lo general sirve para que quien la suscribe justifique sus acciones en el pasado y ponga a caer de un burro a los que le rodeaban o le llevaban la contraria. O sea, que las memorias políticas ejercen también una clara función de auto-propaganda, además del bálsamo de la auto-absolución que conllevan, por lo que todo son ventajas para el firmante del tocho. Si a mí me diesen a elegir unas memorias, preferiría los «Comentarios a la guerra de las Galias», de Julio César, antes que las de Solbes, por ejemplo; y con ello no le resto mérito al ex vicepresidente socialista, es sólo que prefiero, desde el punto de vista narrativo, las intrigas de una guerra de nueve años en los confines de la antigua Roma a las de la Oficina Económica de La Moncloa, pese a que no dudo que éstas últimas fuesen las más sangrientas. Jan Greshoff era un holandés bastante frescales y atrevido que pensaba que unos políticos usan el lenguaje para disimular su pensamiento mientras que el resto lo utiliza para ocultar su falta de pensamientos. Yo no osaría asegurar nada parecido. Quiero creer –porque soy optimista– que esta abundancia de memorias políticas significa que nuestros políticos... saben escribir. Ojalá vendan cientos de miles de libros y consigan evitar que cierre una librería (una, al menos).