Alfonso Ussía

Monumental bofetada

La Razón
La RazónLa Razón

Cuando fueron derribados los monumentos a Franco –Valencia, Santander, Nuevos Ministerios de Madrid–, casi todos ellos ecuestres, Felipe González dio su opinión al respecto –No tiene sentido ni valor. Lo heroico hubiera sido descabalgarlo en vida, pero nadie se atrevió a hacerlo–. Los políticos españoles de hoy están más preocupados por cumplir con la sesgada Ley de la Memoria Histórica, vigente gracias a la cobarde desidia del Partido Popular, que a menesteres mucho más beneficiosos para la ciudadanía. Se sienten ferozmente épicos y valientes cuando aprueban por unanimidad una tontería. «Hoy hemos aprobado sin ningún voto en contra que sea retirada de la plaza del Ayuntamiento de Sástago del Río el monumento a la Legión. En su lugar, levantaremos un emotivo conjunto escultórico en homenaje a las Brigadas Internacionales», dice el alcalde del Partido Popular, hombre de firmes convicciones democráticas y asimismo, hijo de un agricultor fusilado por emotivos miembros de las Brigadas Internacionales.

La Ley de la Memoria Histórica de Zapatero no es otra cosa que la aplicación estricta del agravio comparativo entre unas balas y otras. Las balas asesinas que acabaron con la vida del gran poeta Federico García Lorca. Las benéficas balas que ayudaron a besar la tierra a Muñoz-Seca o a Ramiro de Maeztu. Las balas progresistas y las balas reaccionarias. La desastrosa idea de un recuperador de odios sólo superada por otra de sus ocurrencias. La Alianza de Civilizaciones, es decir, el férreo ensamblaje del siglo XXI con el sigo XI, que es por donde andan todavía los supuestos aliados.

Pero la gran bofetada, la monumental colleja a Franco, se la terminan de propinar en Burgos. Con la aprobación unánime de todos los grupos municipales, la ciudad de Burgos le ha desposeído al anterior Jefe del Estado, después de setenta años, de la Alcaldía Honoraria de la ciudad castellana así como de su Medalla de Oro. Franco tiene que estar indignado, allí donde se halle.

Los descendientes de don Rodrigo Díaz de Vivar, el Cid Campeador –a pocos kilómetros de Burgos rumbo a Santander por la antigua carretera se ubica la localidad de Vivar del Cid–, han decidido, arriesgando su vida y sus haciendas, retirar los honores a quien lleva muerto más de cuarenta años. Merecen una rapsodia épica que pueda incluirse en una nueva edición de los Romances Caballerescos e Históricos de Castilla. «Y cuarenta años más tarde/ le quitaron la alcaldía/ sabedores de que el muerto/ ya no se levantaría». Me figuro la llegada a su hogar del alcalde burgalés, aún temblando y sudoroso, comunicándole a su esposa la gran hazaña mientras se fundía con ella en un espectacular abrazo: «¡Al fin nos hemos atrevido a darle a Franco su merecido!»; «Solo por eso me enamoré de ti, mi valiente».

Jamás sentí en vida simpatía por la figura de Franco. Todo lo contrario. Mi militancia por activa y por pasiva en el «Juanismo» me cerró todos los caminos del equilibrio. Con la perspectiva de los años pasados he comprendido que la Historia de España está ahí y no puede manipularse desde el resentimiento. Y que, de derribar con setenta años de retraso los monumentos a Franco, la Ley de la Memoria Histórica haría bien en eliminar todas las obras del franquismo, como la Seguridad Social, los pantanos, las obras públicas y la creación de la clase media en España, así como la edificación de centenares de miles de viviendas dignas para las clases humildes desde una economía arruinada por la Guerra. O todo o nada.

Lo de Burgos, para Franco, ha sido una bofetada. Tiene que sentirse enfadadísimo.