José María Marco

Motivos electorales

Las campañas para las próximas elecciones locales y municipales siguen, más o menos, las líneas previsibles. Hay propuestas sensatas, otras menos, bastante demagogia y cierto grado de ansiedad. Esta última se puede evaluar, en los candidatos del Partido Popular, en la distancia, o incluso en el grado de oposición que escenifican con respecto a Moncloa y a Génova. Como es natural, los gustos irán por donde vayan las preferencias políticas, o al revés. En cualquier caso, y con matices importantes, se puede echar de menos una cierta voluntad de reflexionar de forma más generosa y más amplia sobre lo que los candidatos quieren para su ciudad o su comunidad. Y no sólo en cuanto a calidad de los servicios, al grado de intervención del poder público o a la gestión de los recursos, sino en cuanto al significado de fondo de la propuesta que hacen a la ciudadanía y a los electores. En el caso de Madrid, que es el único que conozco bien, resulta difícil discernir cuál es esa idea. Madrid no es sólo unos cuantos millones de personas viviendo juntos. Es la capital de uno de los países más desarrollados del mundo, la sede de algunas de las instituciones culturales que contribuyen a identificar a los casi 500 millones de personas que tienen al español por lengua materna, una capital conectada estratégicamente con el resto de la Unión Europea, América y el Norte de África, una ciudad que podría estar llamada a ser una de las pocas ciudades auténticamente globales del mundo y una de aquellas –aún más escogidas– en las que esa dimensión es inherente a su propia naturaleza, que a su vez corresponde a una cierta idea de España que la elección de Madrid como capital decidió de una vez para siempre.

El legado de Ruiz Gallardón y de Ana Botella, cada uno en su estilo y con sus propias prioridades, permite explorar estas perspectivas. Deberían ir más por la vía de la excelencia, de la atracción de la calidad, del aprovechamiento de las gigantescas oportunidades de ese milagro que es Madrid: una ciudad radical y esencialmente moderna que ha sabido preservar el fondo popular, la muy delicada urdimbre social que hace de la convivencia algo todavía amable y atractivo. Son estas realidades de fondo, de estrategia, de reflexión sobre lo que somos y lo que queremos ser, lo que se echa un poco de menos en esta campaña electoral.