Real Madrid

Alfonso Ussía

Neymar y el catalán

La Razón
La RazónLa Razón

Ferenc Puskas llegó al Real Madrid procedente de Hungría con treinta años y diez kilos de más. Venía de la Hungría comunista. También de la Hungría heroica que en 1956 combatió en las calles de Budapest a pecho descubierto contra los carros de combate soviéticos. Su último equipo en Hungría fue el maravilloso Honved, que se desgajó cuando sus mejores futbolistas consiguieron dejar atrás sus raíces y ganar la libertad. Puskas recaló en el Real Madrid. Kocsis y Czibor en el Barcelona. Bernabéu no le obligó a Puskas a aprender el español. Le dijo que tenía que adelgazar y jugar al fútbol, sencillamente. Lo hizo como pocos desde los 30 a los 40 años en el Real Madrid grandioso. Y al cabo del tiempo, consiguió hablar un español con acento duro aprendido con el tiempo y la convivencia. Pero cuando vistió por primera vez la camiseta blanca, no entendía nada y hablaba menos que nada. Pero jugaba al fútbol como pocos, y lo del idioma carecía de importancia. Recordaba el gran don Alfredo que «Pancho» –así lo bautizaron en el vestuario del Real Madrid–, lo primero que dominó de nuestro idioma fueron los tacos. «¡Pasa, cabrón!», y le pasaban el balón y metía el gol.

«Bravo, Pancho», le decían mientras lo abrazaban.

«Gracias, hijoputa» respondía mientras correspondía al abrazo.

Cuando fue contratado como entrenador por el Panathinaikos griego antes de volver a su adorada Budapest, no le obligaron a aprender el griego. Al final de su vida, las nubes se apoderaron de su mente, y cuando era visitado por sus compañeros del Real Madrid les hablaba como en su primera fase española. –Te encuentro muy bien, Pancho–, le decía Di Stéfano, que viajó frecuentemente a Budapest a visitar a su amigo. –Gracias, Saeta, maricón–. Además de un fabuloso futbolista fue un hombre bueno, querido por todos los que le trataron. Con independecia de su maravillosa pierna izquierda, tenía una habilidad pasmosa y muy molesta para los defensas contrarios. Sus perdigonazos a los ojos, que los árbitros no veían.

Neymar no tiene la libertad en el Barcelona que el Real Madrid le concedió a Puskas. Está obligado por una cláusula contractual tan acomplejada como paleta, a aprender el catalán. Tiene que «realizar los máximos esfuerzos para integrarse en la sociedad catalana, respetando y asumiendo los valores culturales de la misma, comprometiéndose especialmente con el aprendizaje de la lengua catalana». Qué tostón de gente.

Neymar lo que tiene que hacer es esforzarse por mantenerse en forma y mejorar su, ya de por sí, extraordinaria calidad futbolística. Los extranjeros que llegan al «Barça», lo mismo en el fútbol, que en el baloncesto, que en el balonmano, se marchan al cabo de los años hablando un buen español. El catalán es una joya cultural de muy reducido ámbito, y el español el instrumento para entenderse con casi quinientos millones de personas en todo el mundo. Por otra parte, no desprecian a Cataluña por no aprender el catalán. Saben que pertenecen a un club español y aprovechan para dominar un idioma que les será muy útil en el futuro. El catalán lo hablan ocho millones de personas. El guaraní, veinticinco millones.

Aprender el catalán tiene que ser una opción a elegir desde la libertad. Se trata de un detalle de cortesía, pero no puede ser una exigencia contractual. Tampoco aprender el español. Lo que tiene que hacer Neymar es entrenarse con interés, jugar al fútbol con calidad y meter muchos goles, que para eso le han firmado ese contrato tan nebuloso y apetecible. Y dejarse de chorradas. No Neymar, los paletos que redactan los contratos del Barcelona.