Ceuta

Palma, un 19 de Pluviôse

La Infanta Cristina de Borbón y Grecia descendió al cadalso en Palma de Mallorca sobre la tercera hora del 19 de Pluviôse, siguiendo el calendario revolucionario republicano impuesto por Robespierre y su mentalidad decimal: el tiempo no lo marca el sol sino la jornada laboral intensiva del funcionario de Justicia. Dio trece pasos al salir del carruaje, dicen las crónicas apresuradas, aunque también he leído que fueron once, imprecisión que al antes citado, conocido como «el incorruptible», no le hubiese gustado, y eso que se habían acreditado 396 ciudadanos periodistas de quince países (subdesarrollado alguno), lo que hace comprensible, por otra parte, que en la playa de El Tarajal de Ceuta hayan muchos menos para contar con exactitud el número esclavos que han muerto por ser ciudadanos: éstos, sí. Y de paso –pero esta es una deducción personal– comprobar que en esta profesión algunos pasan a la reserva con más millones que El Cordobés, pero con la taleguilla tintada de pinta uñas rojo y proclamando mientras ascienden a la guillotina –lo que en España se llama la «patada hacia arriba»– lo mismo que Desmoulins: «He aquí cómo acaba el primer apóstol de la Libertad». A mí, Palma me recuerda dos cosas nada más oír su nombre: la ensalada templada de sesos –por motivos que no vienen al caso– y «El verdugo» de Berlanga en la escena en la que unos guardias civiles en barca aparecen en las cuevas del Drach buscando a un tal José Luis Rodríguez (Nino Manfredi) que besaba en aquel momento a su recién esposada (Emma Penella) para que ejecutase a un desgraciado a garrote vil, porque los verdugos, como los periodistas, tampoco libran los domingos. Como para encontrar un verdugo un 19 de Pluviôse, si estaban todos tan aplicados contando los pasos (¿trece u once?) de una infanta.