Manuel Coma

Pírrica victoria

Que un país como Reino Unido haya estado a punto de iniciar su desintegración es una enormidad. La Guerra Civil americana librada de forma incruenta. Una victoria de la unión por diez puntos es un alivio para los unionistas, pero una sacudida hasta sus cimientos del venerable e históricamente ejemplar edificio político británico. El que lo más grave haya pasado permite exhalar en Londres un suspiro de alivio, pero no debe distraernos del fundamental hecho de que cuando Cameron impuso el referéndum y Salmond intentó resistirse era porque el «no» presentaba en todas las encuestas perspectivas arrolladoras que venían a corroborar la experiencia histórica.

Durante muchos años, el objetivo soñado de los nacionalistas escoceses era franquear el umbral del tercio de los votos. No cabe pensar en error. Ese estado de la opinión era un hecho y los políticos deciden en función de los hechos. El error estuvo en las previsiones, pero ¿eran previsibles? La más inmediata conclusión del referéndum es que tal apuesta es hoy día sumamente peligrosa. Lo verdaderamente importante son las enormes ganancias del «sí», en unos pocos meses. Alentador para secesionistas de toda laya, alarmante para quienes se identifican con seculares e integradoras construcciones nacionales. Añadamos que el voto lo decidieron los que hasta última hora no tenían claro si decantarse por el independentismo o no. Escarbando un poco más, sería interesante saber cuántos de estos indecisos lo hicieron por el bolsillo en contra del corazón. También la inversa: cuántos votaron por el «sí» a pesar de ser conscientes del probablemente elevado precio económico y cuántos haciendo el cálculo inverso. Datos todos ellos interesantes para la política española de las próximas semanas, pero también para no pocos países sometidos a similares desafíos.

Como no es cuestión de que «aquí no ha pasado nada», ahora vienen las consecuencias. ¿Habrá pasado para siempre el peligro, como EE UU después de 1865 o más bien la Unión de los reinos ha perdido su carácter obvio? En Londres se pretende que la cuestión no pueda plantearse de nuevo en al menos una generación, pero Salmon, el demagogo empedernido, ya ha dicho que su partido volverá a la carga, aunque, haciendo gala de juego limpio británico, ha presentado su dimisión. Todo el asunto ha sido precedido por lo que los ingleses llaman «devolution», que más o menos podríamos traducir por «proceso autonómico». Ahora vendrá mayor descentralización de competencias, que pueden servir para demostrar una vez más la insaciabilidad de los nacionalismos que toman cada incremento de poder como plataforma para el siguiente.

La Unión evoluciona hacia el federalismo y ahora tendrá que resolver la llamada Cuestión de Lothia Occidental: Inglaterra también necesita su propio parlamente autonómico, lo mismo que los otros tres componentes del reino. Más en profundidad se plantea el tema de ámbito internacional de la desconfianza de sectores importantes de la opinión pública respecto a sus elites políticas y partidos tradicionales, del que en nuestro país tenemos una asombrosa manifestación con el meteórico ascenso del leninochavismo. También se plantean los imprevistos efectos de la UE: expectativa de gran ámbito de refugio económico para toda clase de secesionistas disgregadores y objeto de rechazo de tradicionalistas que sienten la amenaza a sus viejas naciones por parte de una estructura supranacional, como, en el mismo Reino Unido, el Independence Party.