Alfonso Merlos
Primer asalto
Es la perversión hecha costumbre. Usar las instituciones para fines diferentes a los establecidos, y el dinero de los ciudadanos. Y, de un tiempo a esta parte, también las urnas. Para los separatistas catalanes, una cosa son los rudimentos más elementales que hacen funcionar a la democracia y otra el aceite independentista que ponen en los engranajes del motor con el ánimo de hacerlo rugir.
Los medios tienen un fin. Y en ocasiones es el que marca el reglamento, o la propia convocatoria de un acto tan sagrado en este caso como unas elecciones locales para elegir a alcaldes y concejales. Pero a ellos les resbala. Siguen a lo suyo. Que por supuesto no es poner a los dirigentes ante el espejo de su gestión: los parques, los impuestos y las tasas, la seguridad de una ciudad o un pueblo, la limpieza de sus calles, los servicios públicos que ofrece... ¡nada! De lo que se trata es de que los candidatos midan su estatura secesionista. Punto.
No se podía esperar otra cosa. Tal y como han anunciado los promotores de esta estrategia para pastorear el rebaño hasta los colegios el 24-M, hay que convertir el día de autos en un primer asalto. Para desgastar al adversario. Para hacerle encajar los algunos golpes que le lleven a la defensiva, a acurrucarse y buscar algún tipo de escudo cerca de las cuerdas.
Pero los planes no siempre prosperan. La pelota está en el tejado de los catalanes. Cada uno deberá decidir si quiere usar su papeleta como un ciudadano libre, con la cabeza alta, refrendando o castigando a sus gestores; o por el contrario, si prefiere dejarse llevar del ronzal para ejercer de cobaya de los alquimistas del Estat Catalá. ¡Vaya panorama!
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