Damasco

¿Quién gana?

En guerra de insurgencia el empate juega a favor de los rebeldes, en contra de las fuerzas regulares. Durante meses el Ejército sirio perdió territorio frente a sus enemigos, que demostraron su voluntad de aguantar a cualquier precio. El balance de fuerzas condenaba al régimen de Asad, aunque posiblemente a largo plazo. Ahora las tornas han cambiado. La ofensiva de Damasco ha hecho retroceder a los rebeldes y parece consolidar su dominio sobre una franja occidental y septentrional a lo largo de buena parte de la frontera con Líbano y la costa, incluyendo las principales ciudades. Eso permitiría sobrevivir al régimen, aunque probablemente partiría Siria.

La guerra es de una brutalidad extrema por ambas partes. Cada bando está convencido de que si pierde será exterminado. En el caso de la minoría alauí de la que emana el poder instalado, este peligro se siente de manera muy literal. Respecto a la mayoría suní que apoya a los que luchan contra el Gobierno, el exterminio de más de la mitad de la población sería imposible, pero la represión sería estremecedora y ninguno de los combatientes y gran parte de sus familias sobrevivirían. El destino de la guerra no depende por tanto de un diferencial de determinación en uno de los bandos. Cuentan más los apoyos externos.

Irán ya ha proclamado solemnemente que está con Asad hasta el final. Siria es su aliado vital. Sin él la posición de los ayatolas se vuelve enormemente vulnerable. Rusia no se juega tanto, pero no soltará esa baza hasta que no tenga del todo claro que se queda en el bando perdedor. Sus intereses son varios. Amén de otros más tangibles, perder un amigo y ver a Washington anotándose una victoria sería para Moscú un perjuicio neto. Pero lo que más le repugna a Putin es el mal ejemplo y el mal principio de una intervención exterior por razones supuesta o realmente humanitarias. Por cierto que en estos planteamientos coinciden plenamente los chinos, mucho menos activos en el conflicto, pero que votan como los rusos en el Consejo de Seguridad de la ONU. El apoyo a los rebeldes alinea un número mayor de amigos mucho más tibios. Nadie quiere ver a los Hermanos Musulmanes no digamos a la sección local de Al Qaeda en el poder. Y sobre todo Obama, por buenas, regulares y malas razones, pretende mantener el perfil más bajo posible.