Historia

Alfonso Ussía

Romina y Pablo

La Razón
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Unos amigos elegantísimos me convidaron a pasar el día en la piscina del «Hotel du Palais» de Biarritz. Fue el palacio de verano de Eugenia de Montijo, y en su bar, acompañado de mi inolvidado Eugenio Egoscozábal, conocí al príncipe Yussupov, el afanoso asesino de Rasputín. Un personaje lleno de interés, dueño de una mirada con ojos violetas y del que se decía en San Petersburgo que disparaba con similar tino al pelo que a la pluma. En el «Palais» siempre hay alguien que sorprende, y aquel lejano día de agosto no podía fallar el pasmo. Allí, con un diminuto biquini azul cobalto estaba ella.

Ella, Romina Power, en aquel tiempo el ser humano mejor hecho y crecido del mundo. Se acababa de casar con un cantante italiano, Al Bano, pesadísimo y bastante feo. Romina le superaba en todo. Le gustaban España y los españoles. Madrid, para ella, era una mezcla atractiva de alegría y tristeza. En Madrid, de un infarto fulminante, mientras rodaba una película, falleció su padre Tyrone Power, «Ty» para sus amigos. Su madre, Linda Christian, también aprendió a amar a los españoles, y mantuvo hasta el otoño vencido un aspecto excepcional. Pero no como el de la niña, más parecida a «Ty» que a ella.

Romina ha sido la mujer con el cabello más largo y bien puesto que he visto en mi vida. Le llegaba con holgura a la mitad de la rotonda y lo movía sin viento, con una gracia especial. Después de comer, se lo sujetó con una cinta elástica, y el resultado fue un prodigio. Lo más parecido que he visto a lo largo de mi vida a la cola de caballo de Romina fue el Salto de Ángel, en la selva del Orinoco. Una extralimitación, una desmedida de asombro, una chulería de la naturaleza.

En los últimos tiempos ha surgido una cola de caballo casi tan larga como la de Romina, si bien carente de su rotunda belleza. La de Pablo Iglesias, que ya no es el «coletillas», ni el «coletas», sino el «cola de caballo». Le ha crecido y la muestra limpia y cuidada. Romina llevaba el pelo suelto y se hacía la cola de caballo para interrumplir el zumbido de las abejas y el vuelo de las gaviotas. Pablo lo luce sujeto durante el día, pero cuando se lo suelta en la peluquería para que se lo laven y le corten las puntas abiertas, los hay que suspiran, empezando por el peluquero, que no se atreve a viajar a Irán.

Se nos está convirtiendo en un narciso, lo cual no deja de ser una originalidad. Y tiene éxito con las mujeres. Los hombres también se atreven a besarlo, porque esta gente de la izquierda extrema se besa sin limitaciones. A Guindos no se le ha pasado el susto todavía. Sucede que el movimiento financiado del 15-M, del que surge «Podemos», fue un movimiento poco higiénico y estético. Y de aquel perroflauta sobrevino la actual preciosidad, escrito sea con la distancia que su cola de caballo me inspira.

Encajaría mejor en su aspecto una cola de caballo menos lustrosa y un algo más empiojada. Los líderes de las revoluciones comunistas pueden perder el tiempo en las peluquerías cuando la revolución ha vencido y los adversarios están en la cárcel o vaya usted a saber dónde. Pero no mientras se vive en pleno proceso revolucionario. No es creíble que un dirigente estalinista pueda coincidir en la peluquería, lavándose la melena, con la vizcondesa de los Tilos de Lamasón, que no se arregla el pelo para besar a Pedro Sánchez, sino con el fin de estar bien arreglada para merendar en «Embassy».

Cada vez que veo la cola de caballo de Pablo Iglesias, no sueño con Romina Power. Sueño con unas buenas tijeras. Y les garantizo que no es sueño agradable.