Abel Hernández

Siempre el mejor situado

Llegó al Gobierno como ministro-estrella, con fama de liberal y abierto, y es el primero del equipo que sucumbe con el sambenito de retrógrado a la espalda, colocado por la izquierda. Era, cuando llegó, en el otoño de 2011, con la cartera de Justicia bajo el brazo, el más valorado de todos los ministros y el candidato mejor situado para relevar en su día a Mariano Rajoy al frente del Partido Popular y del Gobierno. Alberto Ruiz-Gallardón venía de una brillante y vertiginosa carrera. Siempre tuvo detractores, pero consiguió abrirse paso con solvencia y habilidad en el escabroso campo de la política. Traía el pedigrí original de la derecha y las antenas puestas hacia el futuro. Heredero de la generación de la Transición, significaba en la política española un puente fiable hacia el futuro, que ahora se ha roto abruptamente.

Arrancó la carrera en Alianza Popular al lado de Manuel Fraga. Cuando la crisis de Jorge Verstrynge, llegó a ocupar provisionalmente la secretaría general hasta la llegada de Hernández Mancha, con el que ocupó puestos relevantes en el partido. Allí bregó duro y adquirió músculo político. Conoció de cerca, siendo muy joven, por dentro el Ayuntamiento de Madrid como concejal. Fracasó en el primer intento de hacerse con la presidencia de la Comunidad, defenestrando al socialista Joaquín Leguina, en una durísima refriega. Se lo impidió el tránsfuga Piñeiro, un caso que dio mucho que hablar. Pero a la segunda fue la vencida y en 1995 se hizo con el Gobierno de Madrid hasta el año 2003, en que traspasó sus objetos personales al despacho de la Alcaldía de la capital. Como presidente de la Comunidad dialogó con empresarios y sindicatos y como alcalde remozó Madrid, lo endeudó, fomentó la cultura, tuvo sus más y sus menos con su sucesora en la Comunidad, Esperanza Aguirre, y confirmó su talante abierto y dialogante, con buena fama incluso entre sus adversarios políticos. Pero nunca ha sido un hombre de unanimidades. Los más reaccionarios de dentro desconfiaban de él por progresista y los progresistas de fuera le acusaban de reaccionario y, últimamente, de ultracatólico, convirtiendo en insulto las legítimas convicciones religiosas.

Nadie podrá negarle que se ha ido con una enorme dignidad. Ha dimitido por ser fiel a sus principios. Se había comprometido a sacar adelante la reforma de la ley del aborto, cumpliendo el mandato electoral de su partido, y el presidente del Gobierno le ha dejado tirado, con el culo al aire, sin poder cumplir la ardua tarea encomendada, su profunda convicción moral y su compromiso público. Las conveniencias electorales han triunfado aparentemente sobre la ética y el compromiso.Ya veremos con qué consecuencias para el Partido Popular. Ruiz-Gallardón ha sido consecuente. En él ha prevalecido la ética sobre la ambición y las componendas. Se va a casa. Se retira de la política después de treinta años en primera línea. Es una lástima. Siempre ocurre con los mejores. En este caso, es una víctima de la intransigencia y el extravío moral de la izquierda. Como ha dicho en su despedida, en política hay que estar preparado para las soledades. En la elegante despedida se ha tragado su amargura, sin un mal gesto. Pocas veces un político se ha ido en España con tanta dignidad. Seguramente volverá a su oficio de fiscal. Dejará de sonar el teléfono, al que está acostumbrado desde su juventud. Ahora, con 55 años, en plena madurez, recuperará el tiempo perdido y se ocupará más detenidamente de la familia, de su mujer y sus cuatro hijos, y, siendo un melómano y amante de la lectura como es él, podrá refugiarse sosegadamente en la música y en los libros. Muchos le echaremos pronto de menos.