Alfonso Ussía

Silenciosa campaña

La Razón
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Intuyo que una abrumadora mayoría de los españoles está hasta el gorro de campañas electorales, debates y mítines. Venimos de sufrir una campaña y nos enfrentamos a otra. No tiene sentido. Los candidatos son los mismos, las tonterías son las mismas, las mentiras las mismas, los trucos los mismos y los coñazos exactamente iguales a los coñazos anteriores. Aprovechando la coyuntura y excepcionalidad de estas nuevas elecciones, España podría dar ejemplo al mundo organizando una campaña electoral silenciosa y educada. Se prohíben los debates y los mítines y se castiga con tres días sin aparecer en los informativos de las televisiones a quienes incumplan el código ético de la armonía. ¿Para qué enfadarse, insultarse y demás innecesariedades cuando los votantes ya tienen decidida la opción que van a apoyar?

En 1973, con mi gran amigo y genial dibujante Javier Barcáiztegui «Barca» –Premio Mingote de ABC 2015 y creador de la estética del marqués de Sotoancho–, viajamos por carretera de San Sebastián a Madrid. Mientras desayunábamos en la terraza del «Bar Pepe» de Ondarreta, llegamos a un acuerdo. Nos extralimitaríamos en la cortesía viaria. Cederíamos el paso a cuantos nos lo solicitaran, no sobrepasaríamos la velocidad reglamentada y atenderíamos a todas las señales de tráfico. En 1973 la carretera San Sebastián-Madrid era de dos direcciones y sólo al final, a la altura de San Agustín de Guadalix, se convertía en autovía.

En lugar de cuatro horas y treinta minutos, cumpliendo rigurosamente con todas las normas de tráfico y permitiendo el paso y adelantamiento a coches que en otras condiciones no nos habrían visto el tubo de escape en todo el trayecto, invertimos en el viaje cuatro horas y cuarenta minutos. La gente se arriesga, se hiere y se mata por diez minutos. La gente se pelea, se embravucona y pierde los estribos por diez minutos. Un detalle histórico a recordar. El anterior conde de Monterrón era propietario y conductor de un «Chrysler De Soto» cuya vejez le impedía superar los 80 kilómetros a la hora. A la altura de Lerma lo avistamos y respetamos su preferencia en la carretera hasta Gumiel de Izán.

Si permitíamos que nos adelantaran todos los vehículos que nos solicitaban el alivio, no consideramos elegante proceder al adelantamiento del vetusto «haiga» del conde. Afortunadamente, en Gumiel de Izán había una gasolinera y ahí se quedó el conde de Monterrón llenando el depósito, permitiéndonos recuperar la velocidad de 110 kilómetros/hora permitida. En Buitrago del Lozoya se formó un pequeño atasco, y cual fue nuestra sorpresa cuando nos superó por el carril derecho a toda leche el coche del conde de Monterrón dejándonos completamente descolocados. Pero no renunciamos a perder la cortesía. Y el retraso, insisto, no superó los diez minutos.

Esta campaña electoral tiene que desarrollarse como nuestro histórico viaje. Con buena educación, y sin saltarse las reglas del juego democrático. Terminantemente prohibido pisar la raya que separa la urbanidad de la grosería. Y no tocar la bocina. Estamos de bocinazos electorales hasta los aledaños del moño, de la tonsura, y de la coleta. Un mitin electoral es lo más parecido a una muchedumbre de necios. Y no sirve para nada, porque la muchedumbre ya está convencida. Nada hay nuevo en el panorama para que intenten convencernos de su existencia. Cada cuatro años se puede soportar. Con cuatro meses de diferencia, el engorro es mayúsculo.

Demos el ejemplo con una campaña electoral silenciosa al canto. Les aseguro que al final el resultado varía muy poco y no merece la pena tanto berrinche y grosería tanta. Voilà.