Marta Robles

Sin memoria

Apartir de una determinada edad un «no me acuerdo» dispara todas las alarmas.

El alzhéimer, ese mal cruel que despoja de los recuerdos acecha y, quien de pronto olvida lo que antes parecía imposible olvidar, inmediatamente piensa que puede estar empezando a ser presa de sus pavorosas garras. Lo más terrible de esta enfermedad es que no se puede prevenir ni curar y que supone una especie de muerte lenta de la percepciones. Provoca, más allá de la pura degeneración del cerebro, una especie de dolorosa degeneración del espíritu, al que arrebata, sin ninguna misericordia, su bien más preciado: la memoria. Sin la memoria, no se puede ser ni bueno ni malo, ni listo, ni tonto, ni divertido ni aburrido. Cuando desaparece, el mundo se queda en blanco y quien lo sufre, mientras recuerda alguna vez, se duele por las veces que no lo hace y cuando ya le resulta imposible, preso en un universo vacío, se aísla. Dicen que el alzhéimer puede hacerse patente a partir de los 60 o 65 años, pero que desde los 45 puede provocar algunas de sus manifestaciones, aunque es difícil que se diagnostique antes de llegar a convertirse en un problema. Y, una vez diagnosticado, el paciente que lo padece suele tener una duración de vida máxima de 10 años. Dos lustros de sufrimiento para las víctimas de este mal y para cuantos las aman. Su atención, sin duda, cuesta mucho a nuestra sociedad, pero es el tributo a un tiempo en el que el hombre le ha ganado terreno a la muerte, por mucho que la muerte, a veces, sólo consienta en dejar vivir al cuerpo, pero no al cerebro.