Luis Alejandre

Sociedad en estado líquido

Da lo mismo que hablemos de «sociedad líquida», como inicialmente la llamó Zygmunt Bauman, o que meditemos sobre los términos que utiliza en su última obra presentada en septiembre del año pasado, «La cultura en el mundo de la modernidad líquida». El concepto, en el fondo, no varía. Vivimos en un estado de fluidez permanente, sin valores sólidos que lo sostengan cohesionado y en los que la incertidumbre debido a constantes variaciones, ha debilitado los vínculos humanos. Lo que siempre consideramos valores permanentes, nexos consistentes, lealtades, ahora se han convertido en egoísmos, en «sálvese quien pueda», mecanismos de conveniencia, posiciones políticamente correctas. En el fondo lazos frágiles anudados en falso. Hoy, ser flexible hasta la dejadez es una virtud. La vida política debe acomodarse cada día a las circunstancias del momento si no quiere verse atenazada por una opinión pública forjada día a día en superficiales imágenes, titulares y portadas de medios, cuanto más breves y contundentes, más eficaces. Y vamos dejando el pensamiento, la reflexión, el ensayo. Estamos ante una sociedad bien formada –como nunca lo estuvo–, pero huérfana de valores consistentes. Compleja. Híbrida. Desnortada. Líquida, en resumen.

¿Quién o qué puede ayudar a solidificarla? ¿Quién o qué puede cohesionar? ¿Quién o qué puede templar?

Este es, en mi opinión, el gran problema. Que no encontramos anclas, referencias, modelos, ejemplos a quien encomendar la tarea. Si cito a la Iglesia algún lector me dirá que para esto están las «vidas de los santos». Si cito a las Fuerzas Armadas, que en estos últimos tiempos –no exentos de faltas individuales– han sido ejemplo de austeridad y de leal servicio a la sociedad, alguien me dirá que arrimo el ascua a mi sardina. Pero si hablo de Instituciones, de Partidos Políticos o de Sindicatos salgo perdiendo. ¿Entonces? ¿Miro a Europa? ¿A Naciones Unidas?

Hoy lo fácil es sumarse a la queja, a la reivindicación, a la recogida de firmas protestando por lo que sea –y siempre ha habido, hay y habrá motivos– y en caso de vientos desfavorables, no enfrentarse y ceder. Lo difícil es ir contra corriente. No hay día en que los grandes partidos no tengan escisiones internas, posiciones individualistas persiguiendo intereses más o menos claros. Porque el individualismo impera sobre el grupo. No digamos sobre la disciplina de grupo. Solo en ciertas crónicas deportivas se alaba el espíritu de unidad, el trabajo en equipo, el sacrificio, la disciplina. Se habla mas de valores cuando se leen referencias al deporte, que cuando se trata de vida política. Y se comete otro de los pecados graves de nuestra sociedad, la generalización. Porque no todos los políticos son iguales, como no son iguales los deportistas. Hay políticos necesarios y honestos, como hay jugadores de futbol rápidos y expeditivos y jugadores lentos. Y así como admitimos el papel importante de cada pieza de un equipo deportivo desde un portero hasta un ariete, tendríamos que admitir que en nuestra sociedad cada uno debe representar un papel dentro del conjunto , como un equipo. Dice Bauman que la Cultura fue concebida originariamente como un agente de cambio, una misión emprendida con objeto de educar a las masas y refinar sus costumbres. Pero hoy ha cambiado su papel. Ya no busca ilustrar, sino seducir. Su función ya no consiste en satisfacer necesidades, sino en crear sin límite necesidades nuevas. Esto no sería un mal irremediable si no estuviese incrustado en una sociedad de consumo, en la que crea una sensación de permanente insatisfacción. Analicen fríamente las reacciones de nuestros niños y de los no tan niños. Nunca han tenido tantos elementos de distracción y muchas veces se sienten aburridos, faltos de más y diferentes novedades.

Lo malo de esta sociedad postmoderna atraída como nunca por determinadas muestras de identidad – Maslow y su pirámide– es que lo supedita mayoritariamente al bienestar y a las necesidades económicas y arrastra como consecuencia una desafectación hacia la política y hacia las ideologías tradicionales. Seguimos hablando de falta de elementos que concentren, que fortalezcan, que sedimenten.

Porque si fallan estos, en el fondo de estas corrientes fluctuantes, se crea un poso de indignación que influye negativamente en toda la sociedad. Igual que con los juguetes de nuestros niños, cuando nunca habíamos tenido tantas libertades, cuando nunca el voto había sido tan libre, cuando las redes nos aproximan a informaciones y conocimientos inimaginables hace unos años, muchos de nuestros conciudadanos utilizan la violencia como consuelo a su indignación y dictan y consiguen posturas que no caben o no deberían caber, en un sistema democrático. ¿Han constatado cómo fluctúa el sentido del voto semana a semana?

La crisis económica acentúa estos problemas indiscutiblemente. Pero no es la única causa. Alguien –instituciones, pensadores, medios– debe poner sacos terreros de valores en los diques. Si no, se nos irá la sociedad líquida por grietas y fisuras. Perderemos todos.