Ángela Vallvey

¡Suerte!

Existen quienes creen que el ser humano es un juguete de la fortuna. Sin embargo, la diosa Fortuna era representada antiguamente como una matrona romana de esas que siempre abastecen, que cuidan de sus retoños. La Fortuna era considerada benigna, próspera y buena. O sea, nada dispuesta a jugar con nadie, sino lo contrario: a otorgar a quienes se le acercasen todo tipo de bienes, a proteger bajo su manto a los pobres mortales, la mayoría faltos de defensa y cuidados. Es verdad que había tres tipos de Fortuna, y que tenía fama de ser bastante caprichosa, arbitraria y tornadiza. Nadie ha podido nunca fiarlo todo a la fortuna sin hallar la decepción por recompensa a tamaña inconsciencia vital. La persona sensata confía más en su trabajo, tenacidad y fortaleza de carácter que en la inestable providencia, porque el albur y la incertidumbre son dos caras de una entelequia llamada «casualidad» que nunca ha servido para llenar los platos de la mesa familiar. España es un país donde la envidia debería ser nombrada quinto poder fáctico (Legislativo, Ejecutivo, Judicial, Medios de Comunicación de Masas y Envidia Soberana, digamos). Cuando alguien consigue un logro intelectual, laboral o social (los políticos pertenecen a otra sección), se le descalifica enseguida por el expeditivo método de achacar a la suerte lo que en otro país sería puro mérito: «Es que Fulánez ha inventado el teléfono porque ha tenido mucha suerte. Es que Amancio Ortega ha creado un imperio textil porque ha tenido mucha suerte...». Pero, como diría Joaquín María Bartrina, «huele una rosa una mujer dichosa y aspira los perfumes de la rosa; la huele una infeliz y se clava una espina en la nariz»...

(Que la diosa Fortuna reparta hoy mucha suerte, sobre todo a los desamparados y a quienes más la precisen).