Ángela Vallvey

Un decir

La Razón
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En sus escritos sobre Unamuno, Julián Marías aseguraba que el filósofo español no tenía la más mínima intención de divertir a sus lectores, instruirlos ni convencerlos; a Unamuno le importaba un bledo todo eso que parece motivar a cualquier escritor o filósofo, él sólo tenía un objetivo: quería existir en las vidas de sus lectores como alguien único, inolvidable, irreemplazable, necesario... Unamuno deseaba formar parte de la existencia de quienes leían sus obras, y convertirse en un elemento de desasosiego para ellos, «hacer que todos vivan inquietos y anhelantes». En realidad casi todos los escritores de la generación de Unamuno ambicionaban «opinar» de esto y de lo otro, pero él deseaba además «ser» en otros, fundirse con ellos y espolear sus ánimos. Si bien Unamuno también tenía la peligrosa costumbre de hablar: su afilada lengua, que utilizaba contra la corona y la dictadura, le costó más de un disgusto. No era fácil callarlo. Se negaba a ser «envilecido», esquilmado, «entontecido» por el poder, sentía que tenía que decir muchas cosas, aunque el precio de tal libertad fuera incalculable. Como dice el propio Marías, sabía que «importa mucho que ciertas cosas hayan sido dichas».

Ortega y Gasset, por su parte, creía que somos fundamentalmente historia. Ortega perteneció a una generación posterior a Unamuno, pero alcanzó a respirar el aire de otra época inédita: el periodo «turnista» ideado por Cánovas del Castillo, que trajo a la vez mucha prosperidad y una considerable corrupción a España. De hecho, Prosperidad y Corrupción son dos eternas aliadas que habitualmente se presentan juntas del bracete a lo largo de la historia de España. Cuando Prosperidad y Corrupción hacen acto de presencia, los españoles viven primero una época desahogada y casi feliz, en la que sólo pueden ver a Prosperidad paseándose por las calles de la historia. Inevitablemente, llega el día en que aparece Corrupción, como efecto colateral de Prosperidad, y el escenario se desmorona entero. Ortega diría que porque todo es resultado de un esfuerzo, de la colaboración de muchos, que cuando pocos colaboran pero muchos quieren gozar el beneficio... todo se hunde.

España es algo así: la cosecha natural de un magnífico árbol endémico, orteguiano, de cuyos frutos todos quieren apropiarse, hasta que alguien dice las palabras necesarias, unamunianas, y descubre que el árbol en realidad no existe, o al menos que se precisa el trabajo de todos para cultivarlo, pero nadie está dispuesto a hacer el esfuerzo.