Carmen Enríquez
Una presencia puntual
Vestida de gris, con paso firme y seguro, la cabeza alta y una leve sonrisa en su semblante, la Infanta Cristina entró ayer en la Capilla del Palacio Real para afrontar su primera aparición pública junto a la Familia Real después de una ausencia que ha durado 617 días. Tiempo transcurrido entre la última presencia de los duques de Palma en los actos del día de la Fiesta Nacional de 2011 hasta el de ayer. El motivo del regreso, más que justificado, era asistir a la misa conmemorativa del nacimiento de su abuelo paterno, Don Juan de Borbón, ocurrido hace cien años. Por encima de la situación actual de la Infanta, pendiente de la decisión judicial de ser o no imputada por colaborar con su marido en las actividades ilegales de la sociedad patrimonial de ambos, han prevalecido las razones de tipo familiar a la hora de contar con Doña Cristina para estar en lo que puede ser considerado un homenaje de la familia Borbón a la memoria del Conde de Barcelona. Pero, según aclaración de un portavoz del Palacio de la Zarzuela, su presencia no va a significar variación alguna respecto al alejamiento de la Infanta de los actos programados en la agenda de la Familia Real. Una decisión adoptada por ella misma al tomar partido de forma incondicional por su marido, permanecer junto a Iñaki Urdangarín todo este tiempo y expresarle su apoyo total desde el momento en que la Casa Real decretó su apartamiento de todos los actos públicos por su conducta no ejemplar en la trayectoria profesional del Instituto Nóos. Como es lógico, la Infanta asistió sola a la misa, ni siquiera acompañada por alguno de sus hijos, que viven sus últimas jornadas escolares en Barcelona antes de las vacaciones de verano. Sentada al lado de su sobrino, Felipe Juan Froilán, al que dedicó varias sonrisas a lo largo de la ceremonia religiosa, y su tía la Infanta Pilar de Borbón, Doña Cristina se comportó con naturalidad, manteniendo el tipo a pesar de lo delicado de su situación y demostrando que no ha olvidado las normas que le enseñaron desde pequeña de cómo debe comportarse en público una Infanta. En su fuero interno, la pequeña satisfacción de ver cómo se le han pedido, aunque tarde y de forma insuficiente, disculpas por un embrollo en el que se le han atribuido operaciones que ella nunca había realizado.
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