El desafío independentista

Vecinos

La Razón
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Ayer por la tarde, mientras todos permanecíamos pendientes de si estábamos más cerca de rompernos definitivamente o no, mi vecino decidió hacer una reformita en casa. Yo llegué a mi keli a comer con el convencimiento de poder tumbarme como una cerda en sofá y asistir a un espectáculo tan sumamente triste y desagradable que roza la matanza de delfines en Japón cuando, de pronto y, encima justo, en el piso de arriba, sonó el trino del pájaro que lleva dentro la radial. Quién, díganme quién es el tipo que inventó la radial que me lo cargo, lo paso a cuchillo, pido garrote vil para su persona. Fue sonar la radial y mi perro Perry, que es como Hulk pero en enano regordete, ponerse a ladrar como un reposeído. A la misma hora, en el mismo rellano, un señor intentaba limpiar una techumbre de un edificio anexo que queda por debajo de mi altura y a la que sólo se puede acceder para las labores higiénicas si se accede al ladito de la puerta de mi apartamentito de treinta metros del que disfruto en alquiler. Mi perro Perry se pone nervioso con doble motivo y, con sus ataquitos habituales, sus ladridos ya se te meten en el tímpano de servidora hasta el puente de Todos los Santos. Y Cataluña a lo suyo. Subo a decirle al vecino que estoy intentando ver cómo se rompe España y me dice que está reformando dos baldas y que lo siente. Mi vecino es muy majo, ojo, que conste, que yo hasta que decidió reformar dos baldas estaba encantada con él. Pero, ay, hay un momento en el que ha cruzado un Rubicón sentimental. Él me ha molestado en mi siesta perpetua, en esa de la que no quiero salir así me maten. Mi vecino exige reforma y llama, sin avisarme, a los obreros para que establezcan otro muro en su casa. Forma pollo, ruido, me molesta al perro, el perro ladra, ladra cada vez más de tal forma que me cuesta hablar con el vecino y él se me pone farruco. Se me pone tan en jarras que me toca la moral hasta que las jarras pasan a puños, al menos a lo lejos. Y cuando me doy cuenta seguro que él no quiere que yo sea su vecina y yo maldigo el día en el que hizo obra. Y de pronto, Cataluña.