Restringido

¿Y ahora qué?

La Razón
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Las elecciones celebradas el pasado domingo en Cataluña arrojan un resultado que, cualquiera que sea su lectura, es malo para Cataluña y para España. La alta participación (77%) revela que el carácter plebiscitario que querían darle los independentistas ha movilizado masivamente a los votantes, que han acudido a las urnas para manifestarse en contra o a favor de dicha pretensión. El resultado parece claro: el 51,7% ha optado por opciones contrarias a la independencia y el 47,8%, por opciones a favor de ella. Si consideramos el 22,6% de la abstención como contrario a la independencia –en caso contrario no se habrían abstenido–, el 61% de los electores se ha manifestado en contra de la independencia.

Este dato, junto con la regresión en votos y escaños que han tenido los partidos que han liderado en los últimos años este proceso, (CIU e ERC), que les impide gobernar por sí mismos, son quizás los únicos datos algo positivos que podemos extraer del resultado electoral del domingo.

Los resultados no mejoran la situación existente. Evidencian el fraccionamiento de la sociedad entre los partidarios de una y otra opción. Dan la mayoría parlamentaria a los partidos que quieren proclamar unilateralmente la independencia, aunque no hayan tenido el respaldo mayoritario de la sociedad catalana. Hacen difícil e imprevisible el gobierno al no tener Mas el apoyo de la CUP para obtenerlo,lo que llevará también a la inestabilidad.

La alternativa de Gobierno pasa por la izquierda radical y antisistema, alejada de ese espíritu liberal, emprendedor y abierto de la sociedad catalana que le ha proporcionado el progreso a lo largo de los años, lo que le llevará a profundizar en la crisis económica, política y social en la que está instalada actualmente.

Ante este panorama es necesario preguntarse: ¿Y ahora qué?

Los secesionistas van a seguir adelante, con el apoyo de los radicales antisistema de la izquierda, y utilizarán su fuerza en las instituciones para imponerlo, forzándola o al margen de la legalidad.

Los partidos nacionales tradicionales, PP y PSOE, evidencian una preocupante debilidad. Y las fuerzas emergentes de este lado, o no han conseguido reforzar su espacio (Podemos), o su crecimiento (C’s), es manifiestamente insuficiente para contrarrestar por sí mismos este movimiento.

Ahora es más necesario que nunca reivindicar la fuerza del Estado, de sus instituciones y del marco constitucional como elementos indispensables para enfrentar esta cuestión. Es necesario contar con unos partidos nacionales fuertes, que tengan claro que, cuanto más fuerte es España, más fuerte se es frente a los que quieren romperla, y que ahora, no cabe el tacticismo cortoplacista y suicida de arañar algunos votos y escaños a costa de llevarse el país por delante.

Necesitamos determinación, firmeza, unidad y claridad de ideas, no ocurrencias. Defender nuestro marco constitucional y las reglas de juego, y exigir su cumplimiento. Necesitamos un proyecto ilusionante en común, que resalte nuestras fortalezas y no nuestras diferencias.

En estos resultados hay todavía algunas esperanzas dentro de las dificultades. Lo importante es tener claro el objetivo y actuar cuanto antes. Y no dejarse arrastrar por soluciones que lleven a un debilitamiento y a una división mayor de la que ya tenemos.

Poner en cuestión la Constitución en este momento, abrir una reforma de la misma sin un objetivo previamente acotado y consensuado que sirva para avanzar en la dirección indicada, o proponer referéndums o consultas sin encaje constitucional no solamente no solucionará el problema, sino que servirá para agravar el mismo.

Las elecciones generales están a la vuelta de la esquina, y ante este fraccionamiento, esta debilidad de los partidos nacionales, esta deriva hacia la izquierda más radical y esta falta de proyecto, si no empezamos a trabajar desde este momento, pueden llevar a nuestro país a retroceder a situaciones de las que nos ha costado mucho salir, y el Gobierno y el partido que le respalda no pueden perder ni un minuto más para ponerse seriamente a ello.