José Antonio Álvarez Gundín

Y Moisés se ahogó

Artur Mas es el primer Moisés de la historia que se ahoga en el Mar Rojo. El brazo tonto del soberanismo extendió el cayado sobre las encrespadas olas y pronunció las frases mágicas de rigor, pero en vez de separarse las aguas para franquear el paso al pueblo elegido, se cerraron sobre él como si la escena la hubiera imaginado Monty Python al modo de «La vida de Brian». Tal vez de ahí le venga a Artur Mas la fama de hacer el egipcio, de su afición a sumergirse bajo la plácida superficie de la honorabilidad. En una democracia sana, vacunada de salvapatrias de saldo, la misma noche electoral habría amanecido con la dimisión fulminante del mesías temerario, cuya chapuza merece figurar en el libro de los récords, capítulo «Ridículos históricos», sección «Mas a mas». Pero se ve que en el nacionalismo catalán lo de hacer el ridículo forma parte de la tradición y con la misma soltura que acude a un notario para levantar acta de su odio cartaginés, pacta luego con Roma a cambio de treinta monedas de plata. Historias profanas y nada ejemplares de quienes consideran que gobernar es hacer pingües negocios por otras vías. Si ayer se apoyaban en el PP y reclamaban insolentes que Madrid les rescatara del pozo, mañana se entregarán a ERC si es la única opción para conservar la llave de la caja. De respetar honestamente la voluntad de los catalanes, los propios dirigentes de CiU tendrían que haber jubilado ya al fracasado Mas, pero al no hacerlo dan en sospechar que su blindaje nada tiene que ver con la democracia, sino con la contabilidad creativa y sin fronteras. Lo que lleva a maliciar que la dimensión de algunas patrias suele tener el tamaño de las cuentas corrientes. O sea, que no era la Tierra Prometida lo que perseguía Mas, sino el maná que debía llover del cielo a manos llenas. Acabáramos.