María José Navarro
Yin y Yang
Hace justo una semana, sonó el timbre. Dos hombres. De traje. Raros. El más cercano a la mirilla resultó de voz aflautada. El de atrás no abrió la boca. Buenas. Buenas. Que somos de su compañía, sí, esa que le suministra la luz y el gas. Ya, bueno, mire, es que es sábado, estoy como pueden Vds. comprobar en pijama y no me parecen ni horas ni día para venir de visita comercial. Ya, pero es que así la pillamos en casa seguro. Por esa regla de tres igual se presentan Vds. cualquier día de noche, y ahí me cazan fijo. Silencio. Bien, ¿querían algo? Sí, ver su factura de la luz. Pero, si soy de su compañía, ¿para qué quieren ver mi factura? Por cierto, no le pienso enseñar mis papeles. Bueno, verá, estamos seguros de que podemos explicarle, teniendo la factura delante, de qué modo podría salirle más barato y contarle los descuentos y rebajas de las que se puede beneficiar. Pero si yo soy de esa misma compañía, ¿por qué no me han hecho los descuentos ya? ¿Tienen que venir a verme el pijama para que sean efectivos? No, verá Vd. señora, es que queremos saber si su factura de luz y gas están bajo el mismo proveedor. Yo no tengo gas. Ah, entonces adiós muy buenas. Suena el teléfono. Dime, madre. Oye, que hay aquí un hombre en el salón. Que me voy a cambiar ahora mismo de compañía eléctrica, que me sale mucho mejor que con la otra. Por qué dejas entrar en casa a desconocidos y por qué te cambias, madre. Viene como un pincel y de algo tendrá que vivir. Te dejo, que le he sacao una cerveza.
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