Parresía
Condenado
Si hubiera ocurrido en otro país democrático, vecino nuestro, estaríamos asistiendo a la dimisión del primer ministro de turno y a la convocatoria de elecciones.
Cincuenta años ya desde que murió Franco y parece mentira, amigos, lo presente que tenemos al dictador en la vida política de este país. Nos lo resucitan y nos lo machacan determinados partidos que necesitan meterle miedo al personal. Pero en la calle, francamente, pasan.
Entre nuestros jóvenes, incluso, cuesta encontrar cierta sabiduría sobre el personaje. Les llegan, si acaso, «ecos random» al móvil (por ejemplo, la surreal micromanifestación de anoche, en Madrid: dos chicas gritando consignas antifascistas en topless, frente a una iglesia que celebraba una misa –también surreal– por el dictador).
Ya sabemos que, con el paso del tiempo, todas las sociedades olvidan sus traumas y desgracias más profundas. Incluso lo de Franco, incluso el horror de ETA. Preguntadle a vuestro hijo quién fue Gregorio Ordóñez, a ver qué cara de póker os pone. Consumimos todos tal caudal de imágenes y de historias que ni siquiera prevalece ya, en la mayoría de nuestras mentes, aquel suceso que tanto nos impactó el otro día.
Al hilo de ese razonamiento, observemos por un momento esta semana intensa que acaba, con un informe de la UCO demoledor sobre la trama Koldo, sus contratos públicos amañados gracias a la colaboración de un Ministerio y sus comisiones del 2%. Unos hechos que supondrán, con toda probabilidad, penas de prisión para sus protagonistas y que, por cierto, comprometen seriamente al presidente del Gobierno (el del Peugeot al que nada de todo esto le consta).
Entretanto, Santos Cerdán salía de Soto del Real, al expirar el plazo de su prisión preventiva. Y mientras él huía de los focos a su pueblo navarro íbamos todos descubriendo, alucinados, las andanzas de su mujer Paqui con la tarjeta de crédito.
Sin embargo hoy, abras el periódico que abras, te encontrarás con la cara de Álvaro García Ortiz y esa sentencia que le condena ocupando muchas páginas que cualquier otra noticia. Borrados del mapa, directamente, el resto de los titulares. El asunto tiene una enorme relevancia. Si hubiera ocurrido en otro país democrático, vecino nuestro, estaríamos asistiendo a la dimisión del primer ministro de turno y a la convocatoria de elecciones. De este Gobierno, ¿qué podemos esperar? Indignación, de entrada.
Pedro Sánchez se ha limitado a comentar que la Democracia es frágil y debe defenderse de ataques, del abuso de poder. No conocemos aún el texto de la sentencia, no sabemos en qué se ha fundamentado el Supremo para condenar al fiscal general. Pero sí sabemos que cuando un fiscal general revela datos reservados de un particular, hay condena. Hay inhabilitación y hay multa por daños morales. ¿Quién va a pedirle perdón a ese particular?