Editorial
Y si el Congreso no es un paseo para Sánchez
El autoritarismo de Sánchez, pero sobre todo el declive y la desfiguración del partido, han hecho mella hasta alimentar un clima de ruido y agitación del todo imprevisto
El Congreso federal del PSOE de finales de noviembre debe ser un paseo triunfal para Pedro Sánchez. No se plantea ni se contempla otro escenario que no sea un refrendo absoluto al proyecto cesarista que encarna el secretario general y que en la práctica ha supuesto la cancelación del PSOE como la organización política que habíamos conocido bajo liderazgos anteriores mediante un grado de equilibrio entre la dirección nacional y las federaciones, con, por etapas, eficientes instrumentos y referentes como el Comité Federal de hondo peso político hasta que Pedro Sánchez lo convirtió en un convidado de piedra. El presidente ha tenido siempre planes en los que el PSOE ha sido un medio de promoción personal y no un fin al servicio del interés general y los ha ejecutado sin vacilaciones. Recuperó las riendas del partido gracias precisamente a su capacidad y sagacidad para aprovechar los estatutos, la democracia interna y las primarias en su beneficio y contra la organización que lo había depuesto en el caótico comité federal de 2016. Se ocupó de sellar esas rendijas a la pluralidad y de consolidar un modelo de liderazgo absoluto con nuevas normas internas que anularon los contrapesos sin otra voz que no fuera la del secretario general. El balance para el sanchismo ha sido extraordinario en términos de poder, pero el PSOE no ha hecho otra cosa que sumar derrotas hasta convertirlo en unas siglas irrelevantes en la inmensa mayoría de las comunidades y los ayuntamientos del Estado. Ante tanto revés no ha habido autocrítica ni siquiera una reflexión, sino esa huida hacia delante que han supuesto las alianzas con los enemigos de la España en libertad y su factura anticonstitucional a cambio de los votos necesarios para blindar la Moncloa. El autoritarismo de Sánchez ha pasado factura a otros y esas voces, al principio casi anecdóticas, cada vez lo son menos. La renovación de liderazgos que Ferraz y Moncloa ultiman de cara al Congreso Federal, que es una purga en toda regla, puede encontrar más obstáculos de los previstos. A Castilla-La Mancha y Aragón se le han sumado Extremadura y ahora Castilla y León como núcleos nada proclives a que sus voces no sean tenidas en cuenta y a que los acuerdos de sus organizaciones refrendadas por la militancia sean fulminados de forma arbitraria desde Madrid sin mayores argumentos que el derivado del ordeno y mando como ha ocurrido con Luis Tudanca y los socialistas castellanoleoneses. El autoritarismo de Sánchez, pero sobre todo el declive y la desfiguración del partido, han hecho mella hasta alimentar un clima de ruido y agitación del todo imprevisto, que se ha manifestado en grescas internas en Andalucía, Valencia, Murcia y Baleares. En política también las crisis se saben cómo empiezan, pero no cómo acaban. Sánchez, por supuesto, cuenta con todos los resortes a su servicio para sofocar cualquier disidencia o al menos minimizarla, e incluso es probable que, llegado el momento, la tormenta amaine resignada. El cónclave estaba pensado como un acto de aclamación y pleitesía al presidente, e incluso como un trampolín electoral. Nada se puede dar por sentado.
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