Canela fina
Corazón de Jesús
«Es necesario perdonar a los que no saben lo que hacen y a la vez mantener la denuncia contra a la afrenta anticristiana perpetrada desde la televisión pública»
Alfonso XIII fue un Rey católico, no un beato meapilas ni un puritano chupacirios. Tenía conciencia de los sentimientos profundos del pueblo español y decidió, en 1919, que España se abrazara al «Sagrado Corazón de Jesús». Aniceto Marinas, Carlos Maura y después Pedro Muguruza fueron algunos de los arquitectos y escultores que en el Cerro de los Ángeles se ocuparon de la construcción del monumento. Aquella explosión popular de fe religiosa irritó a la extrema izquierda comunista y en 1936, cuando la guerra incivil se enseñoreó de España, los milicianos condenaron a muerte a la escultura del Sagrado Corazón de Jesús, la fusilaron y después destruyeron el entero monumento.
Tras la contienda atroz que enfrentó a españoles contra españoles, se reconstruyó el «Sagrado Corazón» asesinado, convirtiéndose en recuerdo permanente del sectarismo de la extrema izquierda. Resulta que ahora un sector especialmente cutre y vulgar de nuestra sociedad ha pretendido dar la razón a los fusileros de la estatua y en los minutos de máxima audiencia anual de la televisión, se complacieron en interpretar una burla procaz y tabernaria del Sagrado Corazón de Jesús.
¿Sorpresa? Ninguna. A pesar del fulgor de la libertad y del sistema político, constitucionalmente laico, en la democracia española el odio antirreligioso permanece y se manifiesta de cien formas distintas. En Brasil se respeta el monumento al Cristo del Corcovado; en Polonia, al Cristo Rey de Swiebodzin; en Colombia, al Santísimo de Floridablanca; en Bolivia, al Cristo de la Concordia de Cochabamba; en México, al Redentor de Tihuatlan… Aquí, no.
Tal vez la respuesta más inteligente a la ofensa que desde la televisión pública se ha hecho al sentimiento religioso de la mayoría del pueblo español sea ignorar el despropósito. Y desde luego perdonar a los que no saben lo que hacen, porque el asunto tiene escasa importancia. Pero he recordado unas palabras de Don Juan, el hijo heredero de Alfonso XIII: «Mi padre sentía especial satisfacción por la consagración de España al Sagrado Corazón de Jesús. Sabía que había respaldado la voluntad popular». Seguramente era así y quizá continúe siéndolo a pesar de la campaña descristianizadora que padece Europa, no sólo España. Como es la verdad la que nos hace libres, escribo estas líneas, eso sí, sin la menor esperanza de que los autores de la afrenta anticristiana reconozcan su error y dejen en paz a los que no piensan como ellos.
Luis María Anson,de la Real Academia Española
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