La situación

El decoro y la dimisión

En tiempos, se consideraba que ese gesto, la dimisión, era una muestra de decoro. Olvídense

El ministro de la Presidencia, ariete del presidente y hombre que guarda los secretos de La Moncloa, defiende con buen criterio la tesis de que las amistades peligrosas en las que Pedro Sánchez confía su estabilidad en el poder son inevitables porque ese es el reflejo práctico de lo que los españoles decidieron en las urnas. Como ampliación de este concepto, se puede considerar que los ciudadanos tienen que experimentar las consecuencias –ya sean positivas o negativas– de aquello que han decidido libremente en las elecciones. Y eso es, exactamente, lo que ocurre.

Sánchez tiene muy interiorizada esta idea y defiende con indisimulada pasión la permanencia en el tiempo de su coalición con Podemos, y de sus acuerdos parlamentarios con Esquerra y Bildu. Estos días lo ha repetido en declaraciones públicas en las que ha mostrado su confianza en todos los miembros del Gobierno, citando expresamente a Irene Montero, a pesar de que el presidente está a punto de desmontar la ley del «solo sí es sí», en contra de la voluntad de su ministra.

La teatralidad propia de la política obliga a hacer este tipo de representaciones, en las que Sánchez no dice lo que de verdad piensa, en las que quienes le escuchan saben que Sánchez no piensa eso que dice, y en las que Sánchez está persuadido de que quienes le escuchan saben que aquello que dice no coincide con sus verdaderos pensamientos.

Pero, en medio de este melodrama zarzuelero, se instala una obstinada realidad, en la que el Gobierno es un ente confuso, del que emanan mensajes tan contradictorios que resultan incompatibles entre sí, y en el que sus miembros solo están de acuerdo en sostener en pie el Consejo de Ministros, de manera que se siga reuniendo puntualmente cada martes hasta que el cuerpo aguante. Ya no rige la teoría política democrática según la cual un dirigente dimite o es destituido cuando se desvía de la línea marcada por la superioridad, o cuando la gestión que realiza resulta errática o errónea. En tiempos, se consideraba que ese gesto, la dimisión, era una muestra de decoro. Olvídense.