Insensateces
Dibujitos
No tengo más que pena por la muerte de Ibáñez, ese señor que, con un lapicero, tuvo la santa paciencia de novelar la vida de muchos desastres de personajes que llevaban su desgracia adelante con alegría
Toda esa cultura que tiene mucha gente de mi edad con la Marvel, los súper héroes, los comics y El Eternauta, a mí se me reduce al TBO. Me lo compraba mi padre que siempre quiso tener un hijo, así que yo no tuve ni recortables, ni Esther y su mundo, ni nada que tuviera que ver con las niñas al uso. Yo tuve siempre el TBO, el Tío Vivo y el Súper Humor. Y un carné del Atleti con cinco años. Y el Olé. La colección Olé. Con Mortadelo disfrazado de cualquier cosa y Filemón con un cabreo como una mona. Con Rompetechos. «Veo menos que Rompetechos». Con Pepe Gotera y Otilio, El Botones Sacarino. Y la maravillosa 13 Rue del Percebe. Todo aquello me lo inculcó mi padre, que tenía aquellas revistas de dibujitos desde antes de que yo naciera y me permitió, sin saberlo, poner algo de color a mi infancia. Seguramente, Ibáñez, Francisco Ibáñez Talavera, no haya sido capaz de saber cuánto bien nos hizo a muchos críos a los que nada nos hacía felices. Salvo sus historietas. Meter la cabeza en aquellas páginas nos permitía salir del mundo oscuro en el que vivíamos. El colegio y el TBO. Los lunes, cuando podías huir al colegio, y el Olé. Y Carpanta. Y las Hermanas Gilda. Don Pío y Señora. Doña Urraca. Era Ibáñez pero eran otros geniales dibujantes, en la revista Pulgarcito, los que nos mantenían algunos minutos al día la sonrisa. Y Zipi y Zape. Con aquellos chalecos mods y el pelo de los Beatles. La buena acción del día. El Sulfato Atómico, La Caja de los Cien Cerrojos. Y los cambiábamos. Los leíamos y salíamos al barrio a cambiarlos con otros niños. Porque entonces no deseábamos que lo nuestro fuera exclusivo, sino que fuera. Así que no tengo más que pena por la muerte de Ibáñez, ese señor que, con un lapicero, tuvo la santa paciencia de novelar la vida de muchos desastres de personajes que llevaban su desgracia adelante con alegría. Aquellos desastres nos marcaban un camino: si no te ríes, no lo vas a superar. Querido Ibáñez: que el viaje sea corto, que sigas dibujando arriba, que alivies el mismo dolor que me aliviaste a mí. Gracias por los «dibujitos».
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