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Apuntes

Don Santos, tire del manual de resistencia

Nunca hay que dejar voluntariamente el acta de diputado. No hay que dar triunfos a los camaradas

Aunque puede que no llegue a tiempo, le doy el mismo consejo que con Ábalos. No entregue el acta de diputado, que, según las leyes españolas, es suya y no del partido, es decir, de Pedro Sánchez, y prepárese para la larga batalla judicial que le espera, que la otra, la de su honorabilidad e inocencia, ya la puede dar por perdida. Uno, con su mucha edad, ha visto demasiadas cacerías de este palo y, créame, nunca acaban bien para la presa, sobre todo si el único apoyo público te viene desde el PNV, que es lo peor que le puede suceder a un español de bien. Mire lo estupendo que le ha venido el acta de diputado a su compañero Ábalos, fino crítico de hetairas –«la colombiana está nueva», «la Ariatna se enrolla que te cagas»–, que cuando los picos se presentaron en su casa había pasado más de un año, tiempo suficiente para ir librándose de esos papeles chungos que pueden alentar sospechas o llevar a confusiones interesadas.

Hay que observar a los que saben de estas cosas, como el tal Gallardo, y no caer en pardilladas como la dócil Mari Cruz, que la iban a colocar en la Delegación del Gobierno tras renunciar al acta y se ha quedado en la calle, o la pobre Virginia, abocada al banquillo por un troceamiento de contratos, que podía haberse hecho con un escaño en la Asamblea de Extremadura y se lo cedió al macho alfa socialista local.

Con el aforamiento todo son ventajas. La picoleta tiene que guardar estrictamente las formas, el juez instructor suele ser un profesional más que probado y competente –o no hubiera llegado al Supremo–, y nunca hay que descartar que toque la lotería y te caiga en suerte un Cándido o un Ricardo, que son palabras mayores. Y además, ¡qué narices! En estos trances hay que hacerse valer. No se le hace el trabajo sucio al jefe durante más de una década, no se deja un reguero de cadáveres políticos de compañeros honrados para que, a la primera de cambio, te dejen a los pies de los caballos, se cisquen en tu presunción de inocencia cuando todavía no te ha tomado declaración un juez y se cubran las vergüenzas propias con tu piel. Porque, en la baja política, las cosas están claras. Si yo firmo la baja voluntaria, protesto de mi inocencia y defiendo la honorabilidad del partido, luego no puede venir el jefe a aliviarse diciendo que me ha exigido la dimisión como diputado secretario de Organización, dando a entender que estoy hasta las trancas de barro maloliente.

No, insisto. Uno se queda con el acta, se pasa al grupo mixto, con los de Podemos, esos chicos que ya te comparan con los corruptos del PP, ofensa intolerable, y se pone estupendo cuando llegue una de esas votaciones ajustadas que casi siempre pierde el Gobierno. ¿No somos inocentes y todo es un montaje? Pues a actuar en consecuencia, don Santos. Sentadito en el escaño se defiende uno mucho mejor y el riesgo de acabar en prisión preventiva es casi inexistente. Y en las sesiones de control al Gobierno, cuando el presidente tiene que dar la cara aunque sean veinte minutos, pues a mirarle fijamente a los ojos hasta que desvíe la mirada. ¡Tantos kilómetros juntos! ¡Tantas primarias peleadas papeleta a papeleta con el amigo Koldo! Para que en cuanto las cosas se ponen chungas te deje tirado el jefe como una colilla. No, don Santos, recuerde que en el PSOE fetén, Felipe González acompañó a los suyos a la puerta de la cárcel de Guadalajara. Como debe ser.