Crisis en el PSC

El PSOE debe solucionar cuanto antes su problema catalán

La Razón
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Entre los problemas que aquejan al socialismo patrio no es el menor la brecha abierta entre el PSOE nacional y su partido «hermano» en Cataluña, el PSC, cuya indefinición sobrevenida sobre el modelo territorial que consagra la Constitución no es sólo un foco de tensiones internas con el resto de las federaciones, sino que se ha convertido en uno de los factores que explican su fuerte declive electoral. En efecto, es en el socialismo catalán donde más se acusa ese deterioro del apoyo popular, sin duda porque allí confluyen los dos errores más gruesos cometidos por la otrora poderosa socialdemocracia española: la radicalización del mensaje al rebufo del populismo de raíz marxista, que representa Podemos, y la mímesis con el paisaje político nacionalista. Hay sobrados ejemplos –desde Badalona a Gerona– de cómo esa absurda estrategia de subordinación a la llamada izquierda emergente –que, además, se desenvuelve con soltura en la ambivalencia del derecho a decidir– no ha hecho más que dar alas al adversario directo, con consecuencias desastrosas para las opciones socialistas. Un partido como el PSC, que hace una década dominaba los principales ayuntamientos catalanes, con Barcelona a la cabeza, las diputaciones y la propia Generalitat, desempeña hoy un papel de mero comparsa del populismo. Con un problema añadido: haberse convertido en un lastre para el PSOE en el resto de España. Los socialistas no volverán a ser una alternativa de Gobierno creíble si no recuperan el voto perdido en Cataluña –han pasado de los 25 escaños al Congreso conseguidos en 2008 a los 7 obtenidos en 2016– y, también, en Madrid. Llegados a este punto, era evidente que las elecciones a primer secretario del PSC, tal y como estaban planteadas, no iban a contribuir a la solución del problema. Si la hipótesis de una victoria de la candidata Núria Parlon significaba una vuelta de tuerca en el enfrentamiento con la actual dirección del PSOE –a la que ni siquiera reconocía la alcaldesa de Santa Coloma de Gramanet como interlocutor válido–, el triunfo, apretado, de Miquel Iceta tampoco abre vías claras de diálogo con la actual gestora de Javier Fernández, una vez que el reelegido líder del PSC mantiene su postura de rechazo a mantener la disciplina de voto en el grupo parlamentario y apuesta por una vía consultiva en la cuestión separatista, aunque se declare partidario de mantener el actual modelo de relación con el PSOE. En cualquier caso, estamos ante un intento de deslegitimación de uno de los instrumentos de gestión del partido, que no dejaría, en principio, más camino que la ruptura con la nueva dirección catalana, dispuesta a mantenerse al margen de las decisiones colegiadas, en las que ella misma toma parte. Y sin embargo, se equivocarían quienes centrasen exclusivamente la raíz de la discusión en la previsible abstención del PSOE en la próxima investidura de Mariano Rajoy –si es que ésta se produce–, asunto que tiene detractores y defensores en casi todas las federaciones socialistas, porque de lo que se trata es de constatar si la marca representa la misma posición ideológica, los mismos principios generales, en Cataluña y en el resto de España, incluso dejando al margen el tipo de relación orgánica. En caso contrario, la peor opción es la que se ha seguido hasta ahora, que ha arrastrado al partido a la confusión en asuntos tan delicados para sus votantes como es el modelo constitucional. Por lo pronto, en Cataluña, la falta de coherencia le ha ido muy mal.