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El «voto patriótico» de Vox

La Razón
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Vox irrumpió en la política institucional española con las elecciones andaluzas del pasado 2 de diciembre. Consiguió 12 diputados, lo que permitió que gobernara el PP en coalición con Ciudadanos. Su papel ha sido clave, más importante que el reconocimiento que sus socios le han otorgado en público. Las reservas hacia esta formación no se corresponden con la utilidad que, hasta ahora, han dado sus votos. Fraccionado o no el electorado del centroderecha, lo cierto es que en Andalucía éste estuvo totalmente movilizado y agrupado, escenario que podría repetirse el próximo 28 de abril. La sociología política, los analistas y politólogos consideraban hasta entonces que España estaba vacunada para la aparición de fuerzas políticas más allá del tradicional partido conservador, el Partido Popular, llámese derecha populista o derecha patriótica, sin considerar que nuestro país no era ajeno a las nuevas corrientes políticas aparecidas en Europa y en los Estados Unidos de Trump, definidas por recuperar la soberanía de los estados que la globalización les había arrebatado y considerar que sus ciudadanos merecen mejor trato y no fórmulas culturales de paródica «corrección política» recetadas por la izquierda. El fenómeno se ha repetido en otros países, aunque Vox responde, además, al intento de desmantelar la nación española propiciado por el independentismo catalán. Santiago Abascal explicó ayer en LA RAZÓN que el éxito de la formación que lidera se basa en que han puesto a «España en el centro de la acción política». Lo que formulado ahora parece fácil y lleno de sentido común, ha estado olvidado en el conjunto de partidos del arco parlamentario, totalmente absorbidos por la disgregación impuesta por los partidos nacionalistas, marco que ha sido aceptado por la izquierda, algo consustancial a viejas herencias históricas, pero también por la derecha. Propone una recentralización autonómica y asumir competencias que serían más efectivas e igualitarias si se gestionasen desde el Estado. Se ha especulado mucho sobre a qué responde la aparición de Vox. Hay, por una parte, una razón que tiene que ver con el olvido de la nación española, un mensaje que los grandes partidos decidieron erradicar en sus discursos, borraron de sus programas y de sus intervenciones públicas. Abascal define a Vox como un «movimiento cultural», por lo menos en su actual momento de crecimiento y dentro de un discurso que invoca a los sentimientos y a plantear abiertamente los asuntos que, en mayor o menor grado, interesa al conjunto de la ciudadanía. Citó la «avalancha migratoria», el «feminismo supremacista», el «animalismo enloquecido», el «globalismo multicultural», la «amenaza islamista» o el «desprecio a nuestras tradiciones». En definitiva, lo que ha definido como creaciones de una «dictadura progre». Vox no esconde que es un mensaje cultural tras un ciclo político en el que han predominado los valores ideológicos de la izquierda y que es necesario hacer valer los valores colectivos nacionales. La prueba de la eficacia de este mensaje se verá pronto en las elecciones del próximo de 28 de abril, donde deberá concretar todo ese discurso ideológico en propuestas políticas, sobre emigración, crecimiento económico, educación, servicios públicos o racionalización administrativa. Ser decisivo en una futura alternativa de gobierno requerirá, si realmente quiere consolidarse, tener un programa. El voto de Vox es, como su líder señaló, un «voto patriótico». Es el momento de darle forma y contenido a una oferta que se ha abierto paso con fuerza.