Inmigración

Incoherencia frente a la emigración

La Razón
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El buque de la ONG española «Open Arms», una de las varias organizaciones altruistas que se dedican al rescate de inmigrantes en aguas del Mediterráneo, está a punto de torcer el brazo del ministro del Interior italiano, Matteo Salvini, y, por ende, ahondar en la división interna del Gobierno de coalición de Italia, que ya ventea la ruptura de los socios y un adelanto electoral. Pero el hecho de que el ministro Salvini, líder de la Liga, mantenga un discurso reduccionista sobre el problema de la inmigración, dentro de los cánones más clásicos del populismo político, no debería ocultar que la actuación de la citada ONG está suponiendo, de hecho, la desvirtuación de las leyes migratorias europeas, establecidas por el Convenio de Dublín, y las propias del Estado italiano, que es soberano en el control de sus fronteras exteriores. Es evidente que la situación abordo del buque en cuestión, con más de un centenar de personas hacinadas en sus cubiertas desde primeros de agosto, no admite, aunque sea sólo sea por meras razones de humanidad, más esperas, y que la lógica aconsejaría a Roma aceptar el hecho consumado y permitir el desembarco de todos los rescatados en el puerto de Lampedusa. La autorización concedida para lo menores de edad indica que, al final, esa será la decisión elegida, con un Salvini que sabe perfectamente hasta dónde puede llevar la apuesta electoralista. Porque el ministro italiano es plenamente consciente de que cualquier incidente grave entre los inmigrantes atrapados en el barco español, que están al borde de la desesperación y ven la tierra al alcance de la mano, podría provocar un cambio en la percepción de la opinión pública nacional, que, en su gran mayoría, respalda la posición intransigente en materia migratoria de la Liga. Sin embargo, la cuestión de fondo, que no es otra que la falta de una política comunitaria común frente al problema de la inmigración irregular, no sólo permanece sin resolver, sino que se convierte en un ariete con el que se hostigan los distintos gobiernos europeos, más preocupados por la reacción de sus propios electorados ante las continuas llegadas de inmigrantes que por cumplir los compromisos contraídos. Porque las actuaciones de las ONG, por más que, objetivamente, sirvan de reclamo a las mafias de traficantes, que, simplemente, se desentienden de la seguridad de los embarques, no son más que un factor añadido a la ecuación y, desde luego, no el más importante. Italia, como España y, notablemente, Grecia, son los puntos de desembarco de las embarcaciones que parten del norte de África y de las costas de Turquía, Siria y Líbano, rutas que, por lo general, se han mantenido inalteradas durante las últimas tres décadas. Pero así como las mafias de emigración hacen gala de una constancia imperturbable frente a las cambiantes condiciones políticas, los gobiernos europeos siempre han actuado arrastrados por los acontecimientos y haciendo gala de una cierta incoherencia y falta de solidaridad. Las posiciones cambiantes, por ejemplo, del Ejecutivo de Pedro Sánchez, ahora en funciones, que se demostró incapaz de sostener el discurso humanitarista del «Aquarius» en cuanto las llegadas de irregulares a España se multiplicaron, explican el desconcierto actual y la imposibilidad de llegar a un concierto comunitario. Y, al mismo tiempo, tienen un efecto desastroso en la percepción de las distintas opiniones públicas europeas, que sólo abonan las posiciones más populistas. Porque ni somos capaces de trasladar a los candidatos a la emigración irregular un mensaje convincente de firmeza, de que no es tolerable la infracción de las normas fronterizas, ni hay un combate real a las mafias ni la colaboración con los países ribereños, con la excepción de Marruecos, es la que debiera.