Gobierno de España

La depreciación del candidato Sánchez

La Razón
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En la interesante y clarificadora entrevista que el presidente del Gobierno en funciones, Pedro Sánchez, concedió ayer a La Sexta, sobresale un mensaje que lanzó insistentemente: no quiere que Pablo Iglesias forme parte de su futuro Ejecutivo, si es que se materializa algún tipo de acuerdo con Unidas Podemos. No dejó ninguna duda de que el problema no era otro que el líder de Podemos, él y sólo él, causa por la que las negociaciones habrían llegado a un punto grotesco: no estamos acostumbrados a ver a todo un presidente despotricando en una televisión del socio preferente que le llevará a La Moncloa. Toda una anormalidad. Efectivamente, el enemigo lo tiene dentro y quiere tomar posesión de la parte que le corresponde, algo que Sánchez sabe que será una hipoteca permanente para esta legislatura. Si Iglesias entrase en el Gobierno, nadie duda de que él sería el centro, sea o no vicepresidente. O que habría dos gobiernos, el del PSOE y el de Unidas Podemos. El argumento central esgrimido para vetar a Iglesias en el Consejo de Ministros no es cualquier cosa: la diferencia en cuestiones de Estado y, de manera especial, sobre la crisis independentista. La acusación de Sánchez es inapelable: Iglesias considera que los procesados por el 1-O son presos políticos y no se puede «permitir el lujo de tener a un vicepresidente» que lo único que haga ante una crisis de este calibre sea «mirar para otro lado o silenciar». En el origen de esta tragicomedia está que Sánchez es presidente gracias al apoyo de los independentistas. La situación es endiablada y muestra con claridad la debilidad de su «mayoría de progreso»: Sánchez no se fía de Iglesias, pero necesita su apoyo en el grado que sea, de ahí que este último esté forzando hasta lo indecible al candidato socialista, que, a su vez, acepta y soporta afrentas que van más allá de lo admisible para un partido como el viejo PSOE. El último caso es impedir el gobierno de La Rioja: una sola diputada ha vetado la futura presidencia socialista. Otra amenaza se ha producido en Navarra: no habrá gobierno entre socialistas y nacionalistas vascos si Podemos no está en ese gobierno. Dada la esperpéntica negociación entre PSOE y UP, la posibilidad de que fracase la investidura los próximos días 23 y 25 está cada vez más cerca, lo que, de entrada, supondrá una depreciación política del candidato al ser incapaz de conseguir una mayoría. En esta situación, no es descartable que Iglesias proponga que Sánchez dé un «paso al lado» y ceda el puesto a otro candidato. De plantear su abandono, lo cual entra en la lógica de UP de desgastar a Sánchez para seguir ocupando el foco mediático, es improbable que el actual líder socialista se aparte y ceda el paso. En un partido que está hecho a su medida y que ha relegado en cargos públicos y orgánicos a todos los que no le apoyaron cuando llegó a la secretaría general, nadie en estos momentos podría sustituirle. Esa es la realidad del nuevo PSOE. Que Iglesias quiera convertir a Sánchez en parte del problema es una verdadera burla cuando es él quien está bloqueando la situación bajo un cálculo partidista: mostrar como trofeo antes sus bases –y en menor medida a sus electores– que él influirá y controlará la política del Gobierno si es ministro. Que este razonamiento es producto de la ensoñación de un líder que empieza a dar síntomas de aislamiento social protegido por un núcleo fiel e impenetrable lo demuestra el poco interés que ha despertado la consulta a las bases para saber si quieren que el propio líder entre en el Gobierno como ministro de peso. Como era de esperar, ha ganado con el 70 por ciento de apoyos, pero teniendo en cuenta que la participación ha sido tan solo del 26,7, lo que indica que su política ególatra ya no levanta tantas pasiones. De nada ha servido consultar a las bases cuando la decisión ya estaba tomada, aunque las consecuencias demuestran la gran irresponsabilidad de Iglesias. Albert Rivera puede seguir empecinado en su «no es no», pero la estabilidad política le exige mucho más.