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Sánchez, fuera de la realidad

La Razón
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Que el político por antonomasia del «no es no» tilde de «extremista» y «radical» al líder de la oposición sólo puede atribuirse al tacticismo electoral, que admite todos los cinismos, o a una fuga de la realidad, lo que sería más preocupante, si cabe, por tratarse del actual presidente del Gobierno. En efecto, y más allá de la normal discrepancia entre quienes representan opciones ideológicas diferentes, ninguno de los planteamientos del presidente popular, Pablo Casado, admite tales epítetos, mucho menos, cuando el que los adjudica se escuda en supuestas políticas de Estado que, por el contrario, no son más que decisiones gubernamentales, controvertidas, y, a nuestro juicio, bastante equivocadas. Que sepamos, el jefe del Ejecutivo, Pedro Sánchez, ha recibido el apoyo explícito del líder de la oposición en las dos cuestiones fundamentales de esta hora española: la defensa de la unidad de la Nación, amenazada en Cataluña, y el respaldo a la figura del jefe del Estado, puesta en cuestión por la extrema izquierda de Podemos y por los separatistas catalanes. Que Pablo Casado no esté de acuerdo, y lo exprese, con el proyecto de imposición fiscal del Gobierno, con ceder privilegios a los nacionalistas catalanes, con la evidente torpeza con que se ha abordado la política migratoria, con el retroceso estratégico que supone volver a la barra libre de la deuda o con la agitación necrófila y sectaria del cadáver de Franco no le convierte en radical o extremista, si no en representante de lo que piensan, con toda seguridad, la mayoría de los ciudadanos. Más aún, cuando hemos asistido a una comparecencia pública –la primera rueda de Prensa abierta que concede Pedro Sánchez desde que llegó a La Moncloa– con intervenciones que rayaban en el surrealismo. Así, que el político que más se ha opuesto a la reforma laboral de Mariano Rajoy y ha acuñado términos como «trabajo basura» para desvirtuar los avances en la lucha contra el desempleo; que el mismo dirigente que se negó en redondo, sin opción, a negociar los presupuestos generales del Estados y votó en contra del techo de gasto, se apropie, sin mover un músculo, de la buena marcha de la economía, del descenso de la prima de riesgo, del aumento del turismo o, incluso, de las mejores condiciones otorgadas a las pensiones de viudedad y del acuerdo contra la violencia de género, como hizo ayer, describe una manera muy personal de entender la política. La realidad, sin embargo, es tozuda y suele ser refractaria a los voluntarismos. De momento, el hecho es que Pedro Sánchez no sólo está gobernando con los Presupuestos que elaboró el PP y que aprobó el Congreso, sino que han sido sus propios aliados en la moción de censura los que le han tumbado el techo de gasto para el próximo ejercicio o le emplazan a una imposible negociación sobre el derecho de autodeterminación de Cataluña. Por lo tanto, es legítimo describir como meramente voluntarista tanto su insistencia en agotar la legislatura como su rechazo a mantener abierta la vía judicial contra el separatismo catalán o sus propuestas de gasto público. No parece, pues, que el actual presidente del Gobierno pueda garantizar la estabilidad política más allá de lo que convenga a sus aliados de ocasión, a menos que –en un giro que sus expresiones de ayer plantean muy azaroso– busque, ahí sí, un acuerdo de Estado con el Partido Popular, al menos, para afrontar el delicado escenario económico que se avecina. Por primera vez en los últimos cuatro años, el crecimiento del PIB ha sido inferior al 3 por ciento, los intereses de la deuda española a medio plazo se han incrementado un 9 por ciento y la creación de empleo se desacelera. Síntomas que aconsejarían una política menos expansiva del gasto público y mayor competitividad del tejido empresarial.