Gobierno de España

Sánchez quiere gobernar sin Iglesias

Pablo Iglesias puede llevar sus negociaciones con Pedro Sánchez en secreto, como suele ser lógico, pero lo que no puede esconder son sus intenciones. Quiere formar parte del Gobierno, crear una coalición entre PSOE y Unidas Podemos, ocupar carteras ministeriales, o crear un modelo de gestión mixto. Claro que ahora Iglesias no tiene las ínfulas de aspirar a dirigir el CNI, la televisión pública, además de corresponderle la vicepresidencia del Gobierno así como los ministerios de Economía, Educación, Sanidad, Servicios Sociales, Defensa e Interior, como propuso en enero de 2016, tras salir de una reunión con el Rey. No está en condiciones porque su partido ha perdido 29 diputados, una caída que es, además, de su entera responsabilidad. Sin embargo, los 42 diputados que ha conservado (más uno de Compromís) son necesarios para completar la mayoría de izquierdas que Sánchez necesita para ser investido presidente. El cortejo de Iglesias a Sánchez se rige por las pautas habituales de poner un precio a su voto muy por encima de lo que realmente vale, convirtiéndose incluso en una fuerza moderada y estabilizadora cuando hasta hace poco proponía nacionalizaciones y un control estatal de la economía. El programa económico de Unidas Podemos es inaplicable, incluso para el PSOE más recaudador: SMI hasta los 1.000 euros y alcanzar los 1.200 en la legislatura, garantizar por ley una renta básica de 600 euros mensuales para todos y una subida masiva de impuestos con un aumento, por ejemplo, del IRPF al 47% para rentas de más de 100.000 euros anuales. No hay duda de que Sánchez necesita el apoyo de Iglesias, pero las prisas de este último no se corresponden con las prioridades de Sánchez, incluso se puede decir que va en dirección contraria. UP quiere demostrar ante su electorado que son determinantes, que están marcando el ritmo del futuro Gobierno y que la misma política de alianzas se puede aplicar tras los resultados de las elecciones autonómicas y locales del 26-M. Por contra, el PSOE retrasará cualquier acuerdo hasta después de estos comicios, con los que piensa asentar su hegemonía, precisamente a costa de seguir recuperando el voto que se fue a Podemos. Aunque sea paradójico, la estrategia de Sánchez pasa por debilitar a su socio, mientras que Iglesias necesita para frenar el hundimiento de su partido demostrar que es útil y que puede estar en el Gobierno. Como ejemplo de que las pretensiones del líder de UP no se corresponden con el valor estratégico de sus votos, es que tampoco se ha cumplido la pretensión de que la presidencia del Congreso recayera en alguien de esta formación. La necesidad de reforzar su perfil de partido con vocación de servicio de Estado es innegable después del fracaso de «asaltar los cielos». El acuerdo para la configuración de la Mesa se ha cerrado de la manera más ajustada a los votos: tres para el PSOE y dos para PP, Cs y UP, respectivamente, lo que asegura que la izquierda tendrá el control de este órgano clave en el desarrollo de la legislatura. La ausencia de los partidos independentistas, que querían negociar el apoyo a la investidura con una representación en la Mesa, no cerrará acuerdos en otros aspectos, como bien se ocupará de ello el futuro presidente del Senado, Miquel Iceta. Iglesias sabe que el tiempo apremia: el día 21 se constituye el Congreso, días después Felipe VI iniciará la ronda de consultas con los partidos para encargar la investidura y para los días 30 y 31 –o 4 y 5 de junio– se celebrará el pleno para nombrar al nuevo presidente. Es improbable que Iglesias vote en contra de Sánchez, ni aunque no llegue a ser su vicepresidente.