Escrito en la pared
Elogio de la fontanería
Deberíamos revisar el apelativo que tan alegremente se ha dado a Leire Díez para restablecer la respetabilidad y el decoro de la fontanería
La fontanería y su oficio han caído simbólicamente, en los últimos tiempos, a un abismo de descrédito gracias a los tejemanejes de una señora del PSOE dedicada a levantar todo tipo de trapacerías y engaños destinados a desacreditar a los jueces y sus colaboradores de la Guardia Civil en la investigación de los asuntos de corrupción política. Y sin embargo, esa misma fontanería debiera ser objeto de elogio por su sustancial contribución no sólo al desarrollo económico, sino a la liberación de las mujeres en todo el mundo. La fontanería interior –con sus conexiones en cuanto al agua corriente, la calefacción y la instalación de baños y retretes– se introdujo en Estados Unidos durante el último decenio del siglo XIX. Y, a medida que se fue difundiendo a lo largo de cuatro décadas, fue una bendición para las mujeres que tenían entre sus cometidos ir a la fuente para acarrear el agua necesaria en el hogar. Se ha estimado que, en el país americano, un ama de casa promedio recorría 240 kilómetros al año para transportar 35 toneladas del líquido elemento. El historiador Robert Gordon afirmó que «no hubo un evento más importante para liberar a las mujeres que la invención del agua corriente y las tuberías interiores». No se equivocaba, sin duda, aunque el antropólogo Marvin Harris añadió los efectos de la Segunda Guerra Mundial a ese proceso liberador, cuando fueron las mujeres las que tuvieron que hacerse cargo del trabajo en las fábricas, oficinas y comercios, sustituyendo a los hombres que se aprestaban al combate bélico. Por cierto que fue el mismo Harris el que resaltó la concatenación que tuvo ese mismo proceso con el cambio cultural que condujo a que los homosexuales «se soltaran el pelo» –la expresión, ajena hoy a la corrección política, es suya–. Así que también el movimiento LGTBIQA+ y sus reclamaciones conectan con la gran innovación de la fontanería, de hace más de un siglo.
Por tanto, creo que deberíamos revisar el apelativo que tan alegremente se ha dado a Leire Díez para restablecer la respetabilidad y el decoro de la fontanería. Y a ella bastaría con calificarla de lianta, término que, además, concede una cualidad peyorativa a su portadora.