Con su permiso
Esa incómoda sensación de incertidumbre
Los poderes que debían actuar de contrapeso entre ellos, lo que hacen es entrelazarse como las raíces en un bosque
A Nélida le desasosiega la sensación, casi certeza, de que hay una obscena quiebra del orden saludable de las cosas, de esa necesaria obligación de quienes gestionan lo público porque son elegidos para ello y cobran por ese trabajo dinero de todos nosotros, de administrarse con serena determinación y un equilibrio justo y razonable, lejos de intereses partidistas, comerciales o de bloques, por mucha estrategia que exija su posición. Contempla inquieta cómo los poderes que debían actuar de contrapeso entre ellos, lo que hacen es entrelazarse como las raíces en un bosque. Es un abrazo cada vez menos soterrado, menos oculto, de ese que llega tanto a la superficie que hace tropezar al paseante cuando menos se lo espera. La última es esa impúdica exhibición de parcialidad política en el más alto tribunal español, que concede rango de constitucionalidad a la amnistía a la carta de los puigdemones al tiempo que reconoce su uso por intereses de gobierno. De supervivencia, recuerda Nélida. Ejecutivo, legislativo y judicial no le parece que aquí se equilibren, como estaría mandado y sería necesario, sino más bien entrelazan sus intereses sin el pudor de esconder bajo tierra el desafuero. Eso opina, pero puede que se equivoque porque no es jurista. En todo caso, percibe que pese a lo singular de la cuestión, aquí no pasa nada. Y si pasa, se le saluda y a otra cosa.
Dice Jordi Soler, en su «Mapa secreto del bosque» que nuestra época podría llamarse «la era del nihilismo zombi». Somos seres cada vez más temerosos y poco dados a la aventura. Nos conformamos con que no nos toquen demasiado lo nuestro aunque en el bosque los árboles se parezcan más entre sí y las redes que tejen entre ellos tiendan a una uniformidad empobrecedora. No es que los árboles no nos dejen ver el bosque, es que éste resulta cada vez menos atractivo, porque la riqueza de la diversidad natural accesible a todos está siendo sustituida por la unificación global que enriquece a los dueños de las redes sociales o los nuevos poderosos que aupamos por nuestro desinterés y nuestro miedo. Y nosotros, encantados.
Recuerda Nélida cómo hace años Sabina reclamaba que ser valiente no saliera tan caro y no valiera la pena ser cobarde. Todos sabíamos qué era una cosa y la otra, lo que suponía y conllevaba el valor o la cobardía. Hoy sus fronteras, como las del bosque uniforme, se borran hasta hacer imposible saber qué es uno y dónde está la otra. Mejor dicho, la borran los nuevos poderosos escondidos en los algoritmos que diseñan sus ingenieros con fines comerciales, o en las instituciones nacionales o supranacionales de poder en las que la responsabilidad se diluye tanto como crece el beneficio personal. Se quejan las izquierdas del mundo del creciente aumento de la intolerancia social y el matonismo internacional que propician los populismos del otro lado, pero obvian, o no quieren ver, su enorme grado de responsabilidad en ese incremento del radicalismo por su incapacidad para ofrecer alternativas y su tendencia a aplicarse en su propia intolerancia a la incorrección política y no abandonar viejos postulados ya fracasados. A Nélida le parece insólito que en España se defienda sin rubor y de un modo completamente acrítico la necesidad de apoyar a un gobierno apestado de corrupción por el solo hecho de evitar que vengan a gobernar los otros, las derechas. Vale que hay un riesgo real de que gente como Vox llegue a tener capacidad de decidir sobre nuestras vidas, pero de ahí a vender como argumento la oposición a la más que razonable y democrática alternancia en el poder, media ese terreno áspero y pedregoso en el que anida la tentación antidemocrática. Las elecciones bien, pero solo si yo las gano. Es como lo de Israel y la patética tibieza de las instituciones internacionales ante el genocidio de Gaza con una ONU paralizada por su propio pecado original de derechos de veto y una UE claramente amedrentada por sus intereses comerciales con el vecino del otro lado del Mediterráneo. En un mundo complejo se tiende a la solución simple. Lo hace el poder, lo transmiten los medios y se contagia como sano criterio global a toda la opinión pública que entra en la rueda de la banalidad empujada con entusiasmo por la nueva explotación tecnológica de los dueños de las redes y la Inteligencia Artificial. Este mundo al revés vive situaciones impensables no hace mucho y afronta riesgos que también lo eran hasta que decidimos empezar a dejar las cosas de todos en manos de gestores incapaces o interesados, creyendo que mientras no nos tocasen lo nuestro todo iba a ir medianamente bien.
Le parece a Nélida que va siendo ya hora de que recuperemos el espacio perdido, que reactivemos las ganas de seguir avanzando juntos. No sabe muy bien cómo, pero se le ocurre que quizá no volviendo a votar a los que nos han llevado a esta situación o sirviéndonos del espacio de las redes sociales para contribuir a renovar la conciencia colectiva, el compromiso con lo que importa.
Quizá no sirva de nada, pero se le ocurre que algo hay que hacer para no seguir viviendo en esa incómoda sensación de incertidumbre.