Tribuna
El escándalo de Tierra Santa
El desastre se consumó con el asesinato del Primer Ministro israelí, Isaac Rabin. Artífice de los Acuerdos de Oslo.
Así tituló José María Gironella uno de sus volúmenes más exitosos. Se trata de la narración de una visita a Israel tras la Guerra del Yom Kippur. Esa guerra que empezó con una ofensiva de los sirios en los Altos del Golán, conquistados por Israel en 1967 en la llamada de la Guerra de los Seis Días. El Yom Kipur es la fiesta más sagrada del judaísmo. Es el día de la Expiación, cuando se purgan los pecados. Y en ella está prohibido trabajar.
Por eso los sirios atacaron ese día. Para encontrar bajo mínimos al Ejército de Israel. Lo mismo que las hordas bárbaras de Hamas que salieron en tropel desde la Franja de Gaza y se adentraron en territorio israelí, antaño Palestina, perpetrando un ataque masivo como nunca se había visto desde que Gaza es la mayor prisión frente al mar (Mediterráneo) del mundo.
La Shoá es como llaman los judíos al holocausto vivido en Europa durante la Segunda Guerra Mundial. Y Nakba es como los palestinos llaman al exilio forzado que centenares de miles padecieron tras el nacimiento del estado de Israel en 1948, avalado por las Naciones Unidas. La Shoá es bien conocida. Pero bastante menos la Nakba, cuando pueblos enteros de aldeanos palestinos –nativos les llamaban entonces– son desalojados de sus casas a punta de pistola. Esas mismas casas fueron luego ofrecidas a los miles de judíos llegados de la diáspora, la mayor parte de ellos víctimas directas o indirectas del nazismo. El éxodo masivo se repitió tras la Guerra de de 1967, cuando el audaz ejército israelí sorprende a Egipto, Siria y Jordania y barre a sus respectivos ejércitos. Es ahí cuando se produce la ocupación del Sinaí, de los Altos del Golán o de Cisjordania y Gaza. Además de Jerusalén Este.
Buena parte de esos palestinos acabaron en campos de refugiados del Líbano. Y ahí es también donde empezó el ocaso de la Suiza del Oriente Medio hasta quedar reducida hoy en día a un estado semifallido en el que a duras penas conviven cristianos maronitas, suníes (como la mayor parte de palestinos) y los chiitas de Hezbollah, aliados de Irán estos últimos.
Otro episodio significativo de este avispero es la Guerra del Canal de Suez, 1956, que dio pie a la eclosión del panarabismo del General Naser. Y que en buena medida explica la Guerra de los Seis Días. Naser se convierte en el referente del mundo árabe cuando nacionaliza el Canal de Suez y se enfrenta luego a Inglaterra, Francia e Israel. Resultando vencedor pese a perder la contienda bélica. Naser se creció como nunca y ante la emergente Siria trata de aparecer como el referente árabe frente a Israel. Por aquel entonces, en el Desierto del Sinaí, estaban los Cascos Azules de la ONU. Naser literalmente alardea delante de sus ciudadanos de sus intenciones de hacer frente al estado judío. Y pide –pensando que no va a suceder- que se retiren los Cascos Azules que le impiden avanzar hacia Israel. Para su sorpresa, estos se retiran. Y ya no queda nada que se interponga en el camino hasta el Israel que tiene como Ministro del Interior al impetuoso Moshe Dayan. El desastre se consumó gracias a una fanfarronería que aprovecha el audaz Dayan para atacar y liquidar en una mañana toda la aviación egipcia.
El desastre se consumó con el asesinato del Primer Ministro israelí, Isaac Rabin. Artífice de los Acuerdos de Oslo. No lo mató ningún militante de Hamas, ni de la Yihad islámica. El que vació el cargador en la testa presidencial fue un ultranacionalista judío que se había educado en una yeshiva, una escuela rabínica, equiparable a una madraza o escuela coránica. Ocurrió en 1995 y desde aquel momento todo ha ido a peor. Por ambos contendientes. Hamas ganó a Al-Fatah las elecciones de 2006 y en Israel ganaron las elecciones tipos como Sharon, primero. Y luego Netanyahu, partidarios de consumar las políticas de usurpación que llevaron el desastre al Líbano. Ahora promoviendo más y más asentamientos ilegales, protagonizados por auténticos colonos fanáticos que dicen actuar guiados por el Altísimo. Sin olvidar el auge de las formaciones políticas religiosas, con cada vez mayor protagonismo en los ejecutivos de Israel. Acorde con el crecimiento imparable de barrios ultraortodoxos como el de Mea Sharim, en el corazón de Jerusalén. ¿Qué puede ir a bien?
Ese mismo Jerusalén que atrapó a Gironella y que, a la vez, lo escandalizó, en ese viaje introspectivo que narra la espiritualidad y –a su vez- la barbarie que se vive en esa tierra tres veces santa.
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