Tribuna

Espantar wokes a cañonazos

A las políticas liberales y racionales les cuesta mucho tener éxito porque podrán solucionar problemas de la gente, pero no sus carencias emocionales

¿Ganará Donald Trump la guerra que ha declarado a la Universidad de Harvard? Es posible que no al cien por cien, pero tampoco se va a ir de vacío. Porque sólo con sembrar la duda sobre la viabilidad de que estudiantes extranjeros se puedan matricular en Harvard, todo el mundo se lo va a pensar dos veces antes de hacer el esfuerzo y el dispendio de estudiar allí. ¿Misión cumplida?

Desde una óptica liberal, no es fácil simpatizar con una medida tan invasiva y que además hará que paguen justos por pecadores. Pero, desde esa misma óptica, es difícil ignorar que la pretendida «libertad de cátedra» de ciertas prestigiosísimas universidades deja mucho que desear. No sólo en Harvard, Estados Unidos. En las universidades de Barcelona se pueden montar manifas contra Israel, pero no a favor, y si los chicos de S’Ha Acabat plantan una carpa, les rompen la cara. Por las mismas se ha agredido a profesores, se han boicoteado seminarios que cuestionaban el credo transgénero y se han convertido los campus en canchas del pensamiento único. Woke, faltaría más.

Los muy hartos de las cancelaciones, la libertad de expresión a la carta y el adoctrinamiento cada vez menos encubierto pueden hasta encontrar gracioso que Trump esté dando a probar a los wokes de su propia medicina. Los que ahora se quejan de que les quieren imponer una agenda conservadora, son los mismos que han jaleado el rearme de la judeofobia, incluso a tortazo limpio entre estudiantes, casualmente cada vez que convenía comprarle tiempo a Hamas o reventar los Acuerdos de Abraham. Da hasta escalofríos la traición de ciertas élites intelectuales y académicas, no ya a los principios de neutralidad, sino hasta de cordura. La espantosa tragedia a la que estamos asistiendo en Gaza no era ni mucho menos inevitable. Pero estaba cantada si seguíamos así, retorciendo discursos y negando evidencias. Los cruzados wokes pueden estar satisfechos: Hamas tiene en estos momentos no sólo 58 rehenes israelíes, sino dos millones de rehenes palestinos.

Desde una óptica liberal, insisto, no sólo no nos podemos alegrar de lo que está pasando en Gaza, ni en Harvard, ni en la Universidad de Barcelona, sino que nos tenemos que llevar las manos a la cabeza. Dar la batalla cultural no era esto. Esto es dar la batalla cultural por perdida, asumir que nada tiene remedio.

Es posible que no lo tenga, porque, igual que no se puede hacer un bocadillo sin pan, no se puede dar ninguna batalla cultural sin cultura. Cuando la cultura sólo importa a los que la ven como arma de guerra y de manipulación. Cuando se procura que la gente sea lo más inculta posible y esté cuánto más desinformada, mejor. Creo que a la batalla cultural se ha llegado tarde, y que para ni siquiera empezar a librarla, hay que ganar otra batalla primero. La batalla emocional.

Leo estos días a finos analistas que acusan a Pedro Sánchez de usar la tragedia de Israel y de Palestina como una «cortina de humo» para distraer de otras cosas. ¿Seguro? Yo más bien sospecho que los políticos astutos -y Sánchez lo es- tienen claro que, ahora mismo, el poder se toma y se mantiene por fascinación, como decía Hitler. O por la emoción, como matizo yo. A las políticas liberales y racionales les cuesta mucho tener éxito porque podrán solucionar problemas de la gente, pero no sus carencias emocionales. El uso patológico de la ideología para sacar los complejos y hasta los demonios a pasear.

Ya me habría gustado a mí, en tanto que catalana, que el resto de españoles se hubieran «emocionado» tanto con nuestros problemas a lo largo y a lo ancho del procés como se emocionan con la cuestión palestina. El problema que tuvimos los constitucionalistas catalanes es que los procesistas estaban muy emocionados, pero los que nos tenían que defender de ellos, no.

Sería interesante haber aprendido la lección. Ahora mismo los antisemitas españoles están emocionadísimos. Los que de verdad creen en una paz justa, que no decían de boquilla lo de que Israel tiene derecho a defenderse, y que tampoco querían una matanza, lo dicen con la boca pequeña. Con miedo a meter la pata y a desentonar. Pues no, señores, no. Tiene que haber una alternativa a comulgar con ruedas de molino y también a espantar wokes a cañonazos al estilo Trump. Tiene que haber una manera de reencontrarse con la verdad humana, de tocar un nervio colectivo vivo. ¿Y si ese nervio fuese Israel?