Quisicosas

La esperanza vasca

Por un instante estuve a punto de creerles a ellos, a los que dicen que han ganado. Tirar la toalla y dejar paso a los que hablan en su programa electoral de «presos políticos»

El 11 de diciembre de 1997 mataron a José Luis Caso en el bar Trantxe de Irún. José Luis fue soldador en Astilleros Luzuriaga toda su vida. Había fundado Alianza Popular. Entró un pistolero con un gorro de lluvia y le dio un tiro que atravesó el cráneo, con pérdida de masa encefálica. La familia no quiso que lo velaran en el ayuntamiento de Rentería, del que era concejal, y lo llevaron al tanatorio de Irún. Había, creo recodar, una cincuentena de personas y el féretro estaba abierto, sin heridas aparentes. Cuando todos se marcharon, me hice la rezagada y pasé entre el cuerpo y la pared. Mala cosa. El tiro le había dejado una herida del tamaño de un puño en la sien derecha, un agujero de salida recosido a duras penas, con grandes puntadas negras. El julio anterior, en Ermua, mientras hacíamos guardia por Miguel Ángel Blanco, secuestrado, saludé en la herriko taberna a un grupo de hombres y mujeres jóvenes. Me explicaron su amor y su pasión por el País Vasco y yo los comprendí. Luego les expliqué mi amor y pasión por el País Vasco, desde la Concha al Monte Igueldo y que mi hijo lleva por nombre Ignacio de Loyola. Ellos se enfurecieron. Pregunté entonces si, por sentirse español, debía morir un vasco y se hizo silencio. Luego, una chica de unos treinta alzó la voz y dijo, decidida: «Sí». Miguel murió asesinado al día siguiente.

El domingo, al escuchar a Otegui triunfante, vindicando la expansión territorial a las «siete provincias vascas» y el poder omnímodo, se me puso en la memoria, de forma pegajosa, la sien de José Luis Caso, obrero y sindicalista. También la cara barbuda del calderero Manuel Zamarreño, que lo sustituyó en el cargo y fue asesinado mes y medio después de tomar posesión. Pensé anonadada: «¿De qué ha servido esa cabeza rota en pedazos? ¿de qué, el terror de Miguel Ángel en aquel bosque? ¿de qué, la oblación de Zamarreño?».

Por un instante estuve a punto de creerles a ellos, a los que dicen que han ganado. Tirar la toalla y dejar paso a los que hablan en su programa electoral de «presos políticos» y anuncian una nueva frontera que convertirá a los de Burgos o La Rioja en extranjeros. Después, recordé la sien recosida y supe que no. Que incluso ahora esa sien está mal. Que señala un horizonte de solidaridad y bien que ellos no conocen, pero es más verdadero que su odio. No señor. El bien es el bien, siempre. Nunca voy a abandonar esa convicción que señala lo mejor y más profundo. No quiero vivir como vive Otegui, en la vergüenza y el mal. La vida es para vivirla una sola y definitiva vez.