
Parresía
Europa, acorralada
Lo que está sucediendo, en definitiva, es el fracaso rotundo de la diplomacia europea
Estos días, la Historia se escribe desde fuera. Mejor dicho, nos la escriben terceras personas. Duele comprobar como, de la noche a la mañana, nos relegan, bruscamente, al rincón de los observadores del destino próximo de Ucrania.
Tres años después de haberse iniciado la invasión rusa de aquel país, ha tenido que regresar al poder el inefable Donald Trump para ponerlo todo patas arriba, contactar con su amigo Vladimir Putin y lograr que se inicien unas negociaciones de paz en las que ni Ucrania, ni su vecina Unión Europea pintan nada. Y si quieren pintar algo, van a tener que ganárselo como la fama, con sudor (algo así exclamó ayer en Bruselas el premier húngaro Víktor Orbán).
En este escenario, Trump sale reforzado en su papel de pacificador mundial que tanto le gusta. Recordemos lo que dijo el otro día en el Despacho Oval, convertido ya en otro plató televisivo: querría ser recordado como aquel al que el mundo debería concederle el Premio Nobel de la Paz por sus logros en Oriente Próximo y en Ucrania. Por su parte, Putin obtiene por fin los frutos del éxito de su compadreo con el americano. Sus ansias de conquista napoleónica se verán satisfechas próximamente (hasta que vuelva a tenerlas, claro).
Kiev se asoma al final de la guerra, pero lo conseguirá a costa de perder territorio en el Este y Crimea, además de quedarse fuera de la OTAN y de olvidarse definitivamente del sueño de entrar en la Unión Europea. Ayer, en la redacción de Antena 3 Noticias, hicimos el ejercicio de volver a contactar con todos aquellos ucranianos que, en los primeros tiempos de la invasión rusa, fueron nuestros ojos y nuestros oídos, narradores de aquel horror. La sensación general es de hartazgo de tantas bombas, de tantas muertes. Se conforman ya con lo que sea, les puede la esperanza ante el alto el fuego.
Zelenski aún no sabe de qué manera estará presente su país en las conversaciones para la paz. ¿Y nosotros? ¿Cuál será nuestro papel? Porque una agresión a Ucrania lo es también a Europa. Lo que está sucediendo, en definitiva, es el fracaso rotundo de la diplomacia europea. Nuestras autoridades comunitarias, como un sándwich entre Rusia y Estados Unidos, piden tener voz y voto en un escenario en el que Trump nos considera irrelevantes –e incluso abusones, de ahí los últimos aranceles, en respuesta al IVA– y Putin, envalentonado, nos desprecia profundamente. Permite que su colega Medvedev nos ridiculice en las redes, comparándonos con una «solterona fría, fea e inútil, loca de celos y rabia, por no haber sido consultada sobre el futuro de Ucrania». Quo vadis, Europa?
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