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El bisturí

La Europa de los mercachifles agoniza

En la Europa aletargada y desraizada de hoy zozobran los principios religiosos que constituían su andamiaje

La sórdida, aburrida, usurera, abotargada y mediocre Europa de los mercachifles –Fernando Sánchez Dragó ya vislumbraba los primeros síntomas de la enfermedad allá por finales de los ochenta– hace hoy agua por todos lados. El volátil, caprichoso, vilipendiado y, sin embargo, astuto Donald Trump no ha tardado ni un segundo en darse cuenta de ello y la ha desnudado de un plumazo, relegando a la hierática Ursula Von der Leyen y a su tropel de adocenados y genuflexos funcionarios al papel de meras comparsas. Mientras la burócrata presidenta de la Comisión y su séquito se lo piensan con parsimonia, van y finalmente capitulan, el mandatario estadounidense va y viene, planifica sin descanso, mueve a la velocidad del rayo sus peones en el tablero de la geopolítica y ejecuta rápido, sin encontrar freno alguno a sus designios: los productos producidos en el viejo continente soportarán finalmente un arancel del 15% cada vez que sean exportados. Justo lo que él quería.

La derrota económica a manos de Estados Unidos es solo la última muesca, una más de tantas, de una debilidad extrema que ha convertido la cuna de la cultura y meca del imperialismo hace apenas un siglo en el tétrico escenario dibujado por Oswald Spengler en «La Decadencia de Occidente». En los últimos años, la famosa Unión ha languidecido de forma acelerada, víctima de sus complejos, su indolencia y la incapacidad manifiesta de los que tendrían que haberle devuelto el brío que le corresponde por historia, y los signos de este desfallecimiento, de esta muerte a cámara lenta, de esta suerte de proceso de descomposición cadavérica son abundantes. El propio Trump ya los evidenció al imponer antes de las barreras arancelarias un gasto en Defensa del 5% del PIB para disuadir cualquier tendencia expansionista rusa. ¿De qué valdría el estado del bienestar cuando varios países son invadidos?, vino a decirles a los adormilados prebostes europeos. No ha sido sin embargo Trump el único en detectar este estado cataléptico y sus estertores de la muerte. Antes que el magnate norteamericano ya los percibieron e intentan aprovecharse de ellos el propio Vladimir Putin, que avanza para convertir a Ucrania en su particular granero, o China y numerosos países árabes, que han convertido al histórico continente, con la aquiescencia bobalicona de sus dirigentes, en un campo de mestizaje.

En la Europa aletargada y desraizada de hoy zozobran los principios religiosos que constituían su andamiaje. Ya hay ciudades enteras en los que los autóctonos son minoría, mientras el cristianismo se destierra y al islam se le abren todas las puertas. En la Europa de hoy sobran además normas restrictivas y falta competitividad. La otrora puntera industria automovilística zozobra en medio de las reglamentaciones y las dudas, mientras la asiática se expande y nos conquista, como antes ocurrió con la agricultura y la pesca. No mejor suerte correrán la industria en general y la farmacéutica en particular, si no emergen auténticos líderes que lo remedien. La Europa de hoy es tan absurda, que embebida del buenismo climático ha estado a punto de dar carpetazo a las centrales nucleares, consumando su propia asfixia energética. Es la Europa acogotada por las nubes tóxicas que, procedentes del norte de África, emiten los coches que ella misma vende y que prohíbe para su territorio porque contaminan. Es, en definitiva, una Europa errática, sin rumbo y sin valores. Adocenada hasta el extremo. Y todo el mundo ya lo sabe y se aprovecha.